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    Diez días de viaje entre las bellezas naturales del norte de Gran Bretaña

    Por Alberto Scotti | 19 septiembre 2022 | 1 min
    Moto: KTM 990 Adventure `12
    Kilometraje: 4100 km
    Dificultad: media, dependiendo de si se desea recorrer tramos off-road y en función del clima
    Duración: 11 días
    Época del año: Abril - Mayo
    Tiempo: variable
    Temperaturas: 10°C - 25°C
    Equipamiento básico: Chaqueta y pantalón de GORE-TEX con posible impermeable adicional, navegador GPS con mapas detallados y actualizados.

    Alberto Scotti

    El autor

    Nací en 1990 y siempre me ha encantado el mundo de las motos. A los 12 años empecé a hojear revistas y folletos en busca de la moto de mis sueños. Desde que por fin pude sentarme en mi primera moto «seria», una Aprilia Tuono 50, siempre he tenido al menos una en el garaje. Desde mi primera aventura, el recorrido completo del lago de Como, el viaje en moto representa para mí una parte esencial de mi vida: una forma de conocer y conocerse, de explorar y explorarse, de vivir viviendo. 

    Mi Ktm y yo estamos en el puerto de Larne, Irlanda del Norte, después de una semana transcurrida entre Italia, Suiza, Francia e Irlanda. Estamos esperando embarcarnos en nuestro primer ferry del día, que zarpará en breve. Al otro lado del mar, Escocia. Es un momento de pausa, pero desde el atraque en Cairnryan en adelante ya está todo planeado. Nada más desembarcar, y sin detenerme, tendré que llegar a Kennacraig al embarque del segundo ferry, que me llevará hasta la isla de Islay, donde pasaré la noche. Unas 4 horas y media de camino. No pude reservar el próximo ferry con antelación -ni siquiera había espacio para una moto- y ahora voy con el tiempo mucho más justo, también teniendo en cuenta que tendré que pasar por Glasgow y por eso espero encontrar tráfico en la carretera.  

    Estoy en medio de un viaje circular con salida y llegada a Bolzano, la ciudad donde vivo. La primera parte del itinerario consistió en cruzar Europa en dirección al embarque hacia Irlanda en Cherburgo, Francia. Desde Rosslare me dirigí hacia Wild Atlantic Way, una ruta espectacular que recorre la costa oeste de la isla, con vistas al Océano Atlántico, tal y como su nombre indica. Y ahora estoy aquí, en Escocia, comenzando la segunda parte de mi viaje. 

    Al desembarcar, comienza mi «rally» de unos 300 km, en el que me detengo una sola vez para combinar el repostaje y las necesidades fisiológicas. Enseguida me doy cuenta de que contrariamente a lo que afirma la señora del B&B norirlandés, Escocia es muy diferente de Irlanda: si te fías de ella, los dos países son iguales, ¡con la única diferencia de que los irlandeses son más amables y agradables! 

    Esta parte al oeste está dominada por los famosos «loch», básicamente fiordos, que me recuerdan mucho a Noruega o al noroeste de Islandia, aunque más pequeños. Las carreteras están llenas de subidas y bajadas y tramos sumamente agradables (señalo el tramo de Garelochhead a Arrochar, la ciudad de Inveraray, y la Ruta Costera de Argyll, que recorreré en parte hoy y en parte mañana y pasado mañana), pero conviene conducir siempre con cierto juicio: noto que, como algunas cunetas son muy profundas, no parece ser tan raro que alguien desde la dirección contraria pierda un poco su orientación, invadiendo el carril contrario, especialmente si está en una ligera curva. Hay que tener cuidado.   

    foto «clásica» frente a la destilería «Laphroaig»: gracias a los chicos que me dejaron poner la moto ahí.
    foto «clásica» frente a la destilería «Laphroaig»: gracias a los chicos que me dejaron poner la moto ahí.

    La isla de Islay, la primera meta escocesa 

    Logro llegar a mi embarque, y aprovecho el par de horas de travesía a Islay para relajarme un poco. Lo hago demasiado, dada la excesiva energía (e imprudencia) con la que, nada más desembarcar, me lanzo a hacer un off-road que en principio está a mi alcance pero que luego se convierte en un infierno de barro. Me maldigo mil veces por haberme metido en esta situación, acabo de desembarcar en una isla, con la moto cargada y con un conocimiento muy limitado de la zona. Con paciencia y usando al menos ahora el cerebro, salgo sin más problemas para mí ni para la moto. ¡Suspiro de alivio y a continuar!  

    Haber cogido el ferry antes de lo que me hubiera gustado me da más tiempo para explorar Islay, antes de ir al albergue: la isla es famosa por sus numerosas destilerías de whisky de excelente nivel. En la actualidad, alrededor de 3.000 habitantes viven en esta pequeña isla y están operativas 9 destilerías (de un total de 130 en Escocia). Haz el cálculo de lo que significa la producción de whisky para esta pequeña porción de tierra dominada por turberas.  

    Mañana ya tengo una visita reservada a la destilería Laphroaig, pero aprovecho que hoy es domingo (ahora ya por la noche) para ir a navegar un poco. Y, de hecho, enseguida me veo recompensado: pregunto a dos trabajadores si puedo poner la moto en una zona habitualmente prohibida al tránsito/visita para tener una bonita foto de recuerdo de ese momento. Los dos miran la matrícula, se miran y me dan luz verde sonriendo.  

    Mientras saco algunas fotos, mi nariz está impregnada con el aroma de la malta de la destilería, algunas olas llegan perezosamente a la orilla (la destilería está frente al mar) y el sol comienza a ponerse de un rojo brillante. Todavía disfruto de unos momentos del laborioso silencio de la destilería, y la dejo para llegar hasta el albergue. Mañana por la mañana, en cualquier caso, seguiré aquí.  

    Como ayer me permití bastantes desvíos sin poder repostar (no hay gasolineras automáticas en la isla, y ayer también estaba todo cerrado porque era domingo) voy bastante mal de combustible. Después de un pequeño imprevisto en una estación de servicio en la que parecía que no funcionaba el surtidor, afortunadamente logro repostar y me vuelvo a poner en marcha hacia la destilería Laphroaig. La visita guiada, para quienes se interesan por el mundo de los destilados, es imprescindible. Mucha información interesante, y la conciencia de estar visitando un lugar verdaderamente icónico.  

     

    Gracias a que ayer llegué antes de lo previsto a Islay, no me queda mucho por ver: la isla, desde el punto de vista paisajístico, no tiene mucho que ofrecer, aunque algunos rincones de mar y las calas son encantadores. Si, con todo, no te interesa el mundo del whisky, es un desvío que también puedes saltarte. En cualquier caso, satisfecho con mi visita aquí, me las arreglo con un golpe de suerte para adelantar el ferry que me llevará a la «mainland»: así podré continuar tranquilamente mi viaje por la Ruta Costera de Argyll hacia Oban, donde he reservado el albergue.  

    Una decisión acertada, dado que el camino a Oban está inesperadamente lleno de curvas -para el estándar de aquí- y es muy divertido, lo disfruto mucho. Ya casi llegando a Oban caen unas gotas de agua, pero son suficientes para ensuciar aún más la moto, después del barro en el que me metí ayer.   

     

    El mejor fish and chips del mundo  

    Oban es una ciudad encantadora, que nadie que pase por aquí debe perderse. Zacarias25Su tarjeta de presentación es la torre McCaig, a imitación de un antiguo anfiteatro romano, y su precioso puerto, desde el que se puede llegar a varios lugares de las Hébridas. Por último, pero no menos importante, para aquellos que son gourmets como yo, se la denomina la «Capital de los mariscos de Escocia»: después de una ducha muy rápida me lanzo a la zona del puerto, a The Fishbox, donde como el mejor fish & chips con diferencia que he probado en mi vida. Orgásmico.  

    Vuelvo al albergue feliz y con la barriga llena, y oigo que mis compañeros de cuarto están charlando sobre la Isla de Skye, donde ambos han estado hoy. Pero como yo voy a ir mañana, prefiero evitar spoilers... Me despido de todos, me pongo tapones en los oídos y a dormir.    

    Una vez más, aprovecho mis cualidades de ninja innatas para salir de la habitación del albergue sin despertar a los demás huéspedes, y me pongo en marcha.  

    He previsto unos 400 km para hoy, y al cabo de dos horas ya he recorrido 160, como si fuera un traslado para poder recorrer la Isla de Skye a lo largo y ancho con mucha calma. Si organizas el recorrido de manera diferente, seguramente la zona de Glencoe, notable desde un punto de vista naturalista, merecería una visita a fondo. Los paisajes de «fiordos» que se encuentran de Oban hasta aquí cambian repentinamente desde que entras en la A87: empiezan a aparecer montañas más altas, la nieve se asoma a sus picos, los valles se vuelven más estrechos; hasta que, finalmente, cruzo el puente que conduce a la isla, con la mente llena de expectativas. Aquí es donde se han grabado escenas de películas como Star Wars, Prometheus y muchas más.  

    Comienzo la exploración desde la península que se encuentra en la zona sureste, y puedo decir con seguridad que es un área que puedes pasar por alto: muchos kilómetros que te dejan muy poco, algo interesante la carretera en el lado oeste que va de Achnacloich a Ord, desde donde se pueden ver las montañas «altas» de la parte norte de la isla, pero, en general, incluso en retrospectiva, evitaría pasar tiempo y kilómetros aquí.  

     la hermosa bahía dominada por Stenscholl, Isla de Skye.
    la hermosa bahía dominada por Stenscholl, Isla de Skye.
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    Entonces, vuelvo decepcionado a la carretera principal (la A87) en dirección norte y por fin empiezo a encontrar algo de lo que esperaba: «el anillo» al norte de Portree, que luego pasa por Duntulm y Ulg, tiene paisajes verdaderamente imperdibles: montañas que recuerdan, aunque mucho más pequeñas, a la majestuosidad de nuestros Dolomitas, acantilados con vistas al mar (Bornisketaig), casas de campo que salpican un paisaje sumamente verde enmarcado por el azul de una hermosa bahía (Stenscholl). Por si fuera poco, puedes adentrarte en esta zona en algún tramo off-road que realmente nos ofrece escenarios de postal. No tengo esa impresión tan sorprendente que me había dado Achill Island, pero todavía estamos en niveles muy altos.  

    La zona más occidental de la isla la visitaré mañana, así que desde el extremo norte de la isla vuelvo a bajar hacia el sur, pero por carreteras secundarias. No encuentro paisajes al nivel del anillo norte, y por lo tanto me concentro más en disfrutar de la carretera y conducir. Llego a la zona de Glenbrittle, donde tengo el hostal, que está llena de montañas. De alguna manera vuelve, a un nivel inferior, ese dramatismo paisajístico que me había transmitido el anillo al norte de Portree. Si te apasionan los lugares «instagrameables», en esta zona no te puedes perder las famosas «Fairy Pools»; que yo preferí ignorar yendo a visitar formaciones geológicas muy similares en los alrededores, pero que no estaban asaltadas por hordas de turistas.  

     

    Singulares encuentros en Escocia 

    Llego al albergue con una sensación agridulce: he visto algunos rincones singulares y únicos, pero en general la isla (aunque al final del día hice más de 520 km, frente a los 400 km inicialmente previstos) no me ha sorprendido con esa belleza deslumbrante que hubiera esperado. Junto a una chica alemana que está recorriendo Escocia en bicicleta hablamos de esto y más: el albergue no tiene Wi-Fi, y tampoco señal de teléfono. Por una noche, tal vez por la paradoja de no estar lejos del sitio más fotografiado de la isla, no hay lugar para las redes sociales y las palabras virtuales, sino solo para nuevos encuentros, charlas reales e historias de viajes, experiencias, vida, cara a cara.  

    Yo en moto, ella en bici, nos alejamos juntos del albergue. Tenemos exactamente el mismo objetivo, con la sutil diferencia de que para ella será el objetivo del día, en cambio para mí un lugar al que llegar en pocas horas de conducción: el faro de Neist Point, en el extremo noroeste de la isla. El acantilado en el que se encuentra, visto a primera luz del día, es muy sugestivo: creo que con la puesta de sol hacia el oeste, iluminándola hacia el lado «correcto», seguramente lo sería aún más.  

    Desde aquí, después de visitar las últimas zonas al norte, me dirijo hacia Bracadale, desde donde tomo rumbo al puerto de «montaña» que me llevará de vuelta a Portree, por la A87. Y justo en la parte superior del puerto... ¡sorpresa! Tres cazas militares rozan el suelo a una velocidad impresionante, haciendo un ruido ensordecedor. Planto la moto en medio de la carretera para intentar robar un par de fotos sobre la marcha con mi smartphone, notando que se están preparando para volver a pasar: wow, ¡qué descarga de adrenalina!  

     

    Todavía emocionado por el inesperado encuentro, sigo la A87 hacia el sur, ya que pronto dejaré la Isla de Skye y luego comenzaré la ruta por la famosa NC500 (North Coast 500): la ruta panorámica de 516 millas que conecta toda la costa de las Tierras Altas de Escocia, sin duda uno de los principales objetivos de todo este viaje.  

    Comienzo mi viaje en la NC500 desde Loch Carron, estableciendo la ruta hacia la derecha. E, inmediatamente, un paisaje digno de una postal: Me enfrento al «Paso del Ganado» hasta Applecross, y, justo antes de la cima, me detengo para tomar algunas fotos de rigor. ¡Miro a mi alrededor y pienso que lo que veo es tal como me imaginaba Escocia! 

    Tan pronto como bajo del puerto hacia la bahía de Applecross -vista pintoresca desde arriba- me acerco al mar y... segunda sorpresa «militar» del día: ¡a unos cientos de metros de mí está navegando un submarino! Nunca antes había visto un submarino navegando. Nos hacemos compañía hasta un promontorio a unas pocas decenas de km al norte, y me detengo de vez en cuando para hacer algunas fotos, ya que soy más rápido que él. Al llegar al promontorio, me encuentro con un chico que me dice que no muy lejos de allí hay una base militar y que él trabaja precisamente allí: no es muy común, pero ni siquiera una cosa muy especial, ver submarinos navegando en estas aguas. En cualquier caso, el grupo de personas que se detienen a tomar fotos y «saludar» al submarino antes de que desaparezca en el horizonte me da que pensar que ni siquiera para los lugareños es algo cotidiano.  

    A partir de aquí, el camino continúa sin nada destacable hasta mi meta del día, fijada en Gairloch. El clima es soleado, hay muy poco viento y el mar está muy tranquilo: casi tengo la sensación de no estar cerca del océano. Al llegar al albergue, tengo una agradable charla con el gerente, a quien también le cuento sobre mis encuentros «militares», mostrando mi sorpresa. Me dice que espere a quedarme sorprendido, ya que al día siguiente, continuando mi itinerario hacia el norte, pasaré cerca del campo militar de Cape Wrath, en el extremo noroeste de Escocia, la única zona del hemisferio norte donde se llevan a cabo ejercicios conjuntos con las fuerzas terrestres, marítimas y aéreas de la OTAN. Si tengo suerte, me dice, veré algunos espectáculos de lo más especiales. Me daré cuenta porque a veces hasta las carreteras están cerradas temporalmente. Me voy a la cama y, viendo cómo ha ido hoy, ojalá.  

     

    La costa norte de las Tierras Altas 

    El día de hoy me llevará desde la costa oeste de las Tierras Altas hasta la costa norte, cubriendo poco menos de 300 km. Un día que promete ser bastante corto.  

    El aire fresco de la mañana me despierta en los primeros kilómetros, que no son muy emocionantes, hasta llegar al desfiladero de Corrieshalloch, que es una de las pocas reservas naturales nacionales. Es muy aconsejable hacer una parada, ya que el corto paseo que lleva a ver unas vistas bastante impresionantes es absolutamente factible aunque vestido de moto, una ventaja a tener en cuenta: los puntos a alcanzar son dos: una plataforma desde la que se puede ver muy bien el arroyo que discurre en el desfiladero, y un puente colgante caracterizado por parapetos en mi opinión peligrosamente bajos... si sufres de vértigo no es el lugar ideal para ti.  

    pequeño desvío mañanero en off-road: de vez en cuando hay que sacar las ruedas fuera de la carretera para desayunar. 
    pequeño desvío mañanero en off-road: de vez en cuando hay que sacar las ruedas fuera de la carretera para desayunar. 

    Vuelvo a subirme a la moto y, dado el avance en la hoja de ruta, decido tomármelo con calma dedicándome a algunos desvíos de la carretera principal: así voy a parar a la extraordinaria bahía de Achnahaird, sin duda uno de los lugares más bellos que he visto desde que estoy en Escocia: ya el camino para llegar hasta allí es un derroche de flores amarillas que me acompañan a lo largo de kilómetros, y luego la bahía se presenta con un agua que tiene un color como el mejor mar de Cerdeña. Parece increíble, me froto los ojos un par de veces para asegurarme de que veo bien, pero así es: solo tienes que tener la suerte de que haga sol para iluminar el día, de lo contrario los reflejos verde esmeralda inevitablemente se volverán gris ceniza. Aprovecho el bonito momento para tomar un breve aperitivo con galletas de cheddar -con un sabor bastante cuestionable- compradas un poco imprudentemente el día anterior, y un plátano.  

    Desde Ullapool, continuando hacia el norte, el paisaje se vuelve más montañoso y árido, el viento sopla más fuerte, las hojas verdes dejan espacio a los colores más típicos del brezal que todavía tiene que despertar por completo del letargo invernal. Antes de que deje la costa oeste para trasladarme a la costa norte, todavía hay tiempo para escribir algo más en el cuaderno de viaje: el desvío al tramo de costa entre las playas de Oldshoremore y Sheigra es un pequeño paraíso, sobre todo si tienes suerte (desgraciadamente yo no la tuve) de poder hacerlo con el sol iluminando las coloridas aguas que bañan estas pequeñas playas fuera del itinerario «clásico».  

    De vuelta a la carretera principal, solo tengo que rodear el polígono de Cape Wrath para llegar a la costa norte. No escucho ninguna actividad procedente del polígono, y todas las carreteras están abiertas, por lo que deduzco que probablemente hoy no añadiré nada a la lista de mis encuentros «militares». No está mal, también porque empiezo a estar un poco cansado. Sin embargo, tan pronto como llego a la costa norte, no puedo evitar detenerme para dar un paseo por el hermoso promontorio de la bahía de Balnakeil (con playa contigua): después de tantas bahías pequeñas, finalmente una bahía que me atrevería a llamar «irlandesa» en cuanto a tamaño. Para lo que son mis gustos, sin duda una gran tarjeta de presentación de esta nueva costa. De vuelta a la moto, termino mi día en Tongue y ya estoy deseando ponerme en marcha mañana para visitar esta zona, que ya me parece muy diferente de la occidental.  

    Las breves impresiones de ayer se confirman inmediatamente en los primeros kilómetros: aquí los «loch» han dado paso a altos acantilados, el mar parece más «oceánico» y salvaje, las playas son amplias, arenosas, enmarcadas por dunas de arena por un lado y aguas cristalinas por el otro: Strathy Bay o Melvich Bay son grandes ejemplos.  

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    El paisaje cambia de nuevo acercándose al extremo noreste: prados y pastos reaparecen y me parece, de repente, que he vuelto a Irlanda. Este cambio de paisajes, sin embargo, se justifica por razones particulares: de hecho, inmediatamente noto que los páramos de unos pocos kilómetros antes ahora dan paso a pueblos, aldeas e incluso ciudades (Thurso, la ciudad más septentrional del Reino Unido, excluyendo las islas) de tamaño considerable. Encuentro la razón de esto en una antigua base militar fundada inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, ahora en proceso de desmantelamiento, cerca de Dounreay, donde se llevaban a cabo el desarrollo y las pruebas de reactores nucleares para uso civil y militar (para submarinos). La base está dominada por una «esfera» visible desde muchos kilómetros de distancia, y por muchas otras infraestructuras utilizadas hoy en día de una manera diferente respecto a lo que fueron diseñadas; por ejemplo, se conoce una pista de aterrizaje amplísima utilizada como estacionamiento para automóviles. Imagino en los años 50 cuántos recursos económicos ha aportado esta base a la población local, y por ello me doy una respuesta (parcial) sobre las razones por las que en pocos kilómetros he sido testigo de un cambio radical en los paisajes que estoy atravesando.  

     

    En latitudes británicas extremas 

    Dejo esta zona algo «siniestra» atrás y continúo mi viaje hacia el este: después de cruzar Thurso, llego al promontorio de Dunnet Head, el punto más septentrional del Reino Unido (excluyendo las islas). A parte de la importancia geográfica que se le pueda atribuir o no al lugar, seguramente una visita aquí vale la pena el desvío: el faro parece estar observando el archipiélago de las Islas Orcadas, un poco más al norte. El océano ruge debajo de él, estrellándose en altos acantilados oscuros, donde numerosas aves marinas, incluidos los hermosos frailecillos, que pude admirar, crean sus propios nidos. ¡Es como una foto de postal! Además de todo esto, una nota de color interesante es que este faro (como muchos otros por estos lares) fue diseñado a principios del siglo XIX por el abuelo del famoso Robert Louis Stevenson, autor clásico del que fui ávido lector durante el periodo escolar por las locas aventuras que me hizo vivir a través de su pluma (autor, entre otras cosas, de obras maestras como «La isla del tesoro», «El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde» y «La flecha negra»): en resumen, ¡qué crossover!  

    Pensando en algunas coincidencias increíbles de la vida, me traslado a John o' Groats, una ciudad en el extremo noreste de toda la isla británica. Enseguida me doy cuenta de la indescifrabilidad del lugar: resulta ser un término medio bastante poco conseguido entre una trampa para turistas (inevitable el clásico letrero que muestra las distancias respecto a otros lugares del Reino Unido y del mundo) y un complejo vacacional de cinco estrellas con casas de superlujo: en definitiva, una parada que podía evitarse.  

    Rápidamente vuelvo a subirme a mi moto y me dirijo a la esquina más alejada al noreste de Escocia, en Duncansby Head. Un lugar que de alguna manera me recuerda al recién visitado Dunnet Head, pero con algunas peculiaridades interesantes: en primer lugar, por su posición y el «choque» de corrientes que se genera aquí, muy a menudo se crea una corriente muy visible que apunta hacia el norte a una velocidad de unos 10 nudos: impresionante de ver, parece un río que fluye en el océano, imagínate lo que podría significar cruzar este cabo contracorriente con botes no motorizados. Además, desde este cabo, mirando hacia el sur se pueden admirar los «Duncansby Stacks», pináculos de roca -naturales, por supuesto- «plantados» a pocos metros de la costa, de un drama y una belleza absolutamente notables. Me dirijo hacia la moto con los ojos todavía puestos en estas maravillas y una mujer me advierte, de la nada, que están llegando unas orcas por el sur: se espera que pasen por aquí en los próximos 15-20 minutos, así que si quiero verlas es mejor que me quede. La naturalidad y autenticidad con la que me cuenta esto me dejan por un momento paralizado, pero opto por quedarme. Mientras tanto, grupos de coches van llegando al promontorio, y descienden fotógrafos superequipados que, a toda prisa, se dirigen al borde de los acantilados del promontorio. Deduzco que sí, algo importante está a punto de suceder.  

     

    Paso el tiempo charlando y pidiendo información a los presentes y, por fin, aparece un grupo de 4-5 orcas, nadando hacia el norte, con su bocanada de agua y su aleta siempre claramente visibles. Se introducen en la corriente en la que me fijé antes, en dirección a las Islas Orcadas: qué puedo decir, otra primera vez más. Nunca antes había visto orcas en su entorno natural, desde una distancia relativamente corta: un espectáculo de la naturaleza, palabras quizás banales pero que en su significado literal describen perfectamente lo que tengo ante mis ojos.  

    Esta vez vuelvo a montarme en la moto de verdad, todavía incrédulo, y comienzo mi descenso hacia el sur, hacia Helmsdale. La costa continúa, preciosa, y creo que estos paisajes son mucho más interesantes que los que vi en el oeste. Rebobino mentalmente el día de hoy: llevo de viaje casi dos semanas, pero todavía tengo muchas ocasiones de sorprenderme. Y quién sabe lo que me espera en los próximos días. Lo bonito de un viaje.   

      

    Comienzo el descenso hacia el sur  

    El día comienza un poco melancólico, pensando en mi último día en la NC500: hoy llegaré a Edimburgo, una ciudad que tengo mucha curiosidad por explorar, pero que marca un punto importante en la perspectiva del final de este viaje.  

    Los paisajes al sur de Helmsdale afortunadamente me refrescan de inmediato: todavía sigo viendo enormes playas, que se extienden hasta donde alcanza la vista, y acompañan mi marcha hacia el sur. Si tuviera que elegir una, diría que Embo Beach es una de las más bonitas.  

    Desde aquí, la carretera abandona la costa para pasar más hacia el interior, y tiene muy poco que decir. Este desvío del camino alejado del mar me inspira a desviarme un poco de mi ruta original, aprovechando para pasar por el famoso «Lago Ness» y los llamados «caminos de nieve» del Parque Nacional de Cairngorms. ¿Qué puedo decir del lago Ness?: no es un lugar excepcional, pero ¿puedes decir que has estado en Escocia sin pasar por él? También debo decir que, será por el clima un poco nublado que tiñe sus aguas de gris, pero se respira un cierto aire de misterio. Me tomo un descanso a orillas del lago, aprovechando para picar algo y añadir la capa de plumífero a mi chaqueta: la altísima humedad de estas zonas de interior me hace sufrir más de lo necesario los 10º C de temperatura atmosférica.  

    Bien vestido y listo para cualquier cosa -tal vez encuentre algo de lluvia- me dirijo al Parque Nacional de Cairngorms. Iré directo al grano: los paisajes escoceses más bellos los he visto aquí. No solo las carreteras son muy divertidas, sino que ciertos rincones son algo verdaderamente excepcional: el tramo de Ballater a Spittal of Glenshee es de una singular belleza, de alguna manera me recordó, desde lejos, a los increíbles paisajes que se encuentran en la cima del Albulapass, en Suiza. Debajo del casco, detrás de cada curva, solo repito: «¡wow!».  

    orcas marinas desde el promontorio de Duncansby Head. 
    orcas marinas desde el promontorio de Duncansby Head. 

    Y luego, desafortunadamente, el parque nacional termina: continúo hacia Perth sin que nada me llame la atención, tanto que desde aquí decido tomar la autopista que me llevará directamente a Edimburgo. Al llegar un poco antes de lo esperado, tendré más tiempo para moverme por la ciudad. Cuando llego al hostal, el dueño, que también es un motociclista, me hace aparcar la moto prácticamente dentro del edificio, por miedo a posibles robos. Me gustaría explicarle que dudo que la situación pueda ser peor que en algunas ciudades italianas en las que he estado, pero me amoldo sin cuestionar sus consejos/órdenes.  

    Una ducha, me visto «con ropa de civil», y estoy en un abrir y cerrar de ojos explorando la hermosa ciudad de Edimburgo: hago más de 10 km de caminata, y me concedo una buena cena y unas horas menos de sueño, aprovechando esta última noche que pasaré en Escocia. Mañana después de un breve traslado, me espera el ferry en Newcastle que me llevará de vuelta -es apropiado decirlo- a Europa. Traducción: el viaje casi ha terminado.   

    Me despierto un poco antes de lo previsto y navego por Google Maps en busca de algo que pueda hacer/ver de camino a Newcastle: descubro que pasaré justo al lado del «Museo Nacional del Vuelo» y que, sorpresa de las sorpresas, porque ¡allí tienen un Concorde!  

    No necesito nada más: me visto a toda prisa, cargo la moto y me pongo en marcha, dirección a East Fortune Airfield. Abrumado por la emoción de la aleatoriedad de esta visita no planificada, me doy cuenta de que no he mirado el horario de apertura: y de hecho, llego a las puertas del museo 45 minutos antes de que abran. Aprovecho para hacer una minirrevisión a la moto -compruebo el aceite de motor y la cadena- y para pasear un poco por el aeródromo. Cuando llega la persona que vende las entradas, -que expresa su asombro al verme fuera como un fan a las puertas de un concierto- compro el billete y me voy al hangar del Concorde.  

    Durante 10 minutos, con la excepción del asistente del museo, estamos solos: esta máquina tan increíble y yo. Increíble si pensamos en ella hoy, pero un auténtico milagro si pensamos en ella en el periodo inmediato a la posguerra. Una criatura metálica en la que cada remache, botón y superficie es un auténtico sueño hecho realidad, y que expresa el genio y la capacidad de realización de la raza humana. Lo imposible hecho realidad. Aunque el museo tiene otras piezas bonitas (por ejemplo, un Avro 698 Vulcan que participó en la Guerra de las Malvinas), nada puede acercarse al encanto irresistible del Concorde.  

    Termino la visita a todos los hangares y vuelvo a subirme a la moto: de aquí en adelante no pienso hacer desvíos, sino que voy directo a Newcastle, al embarque del ferry. Me dejo arrullar por la carretera hasta la frontera entre Escocia e Inglaterra y desde aquí decido entrar en la autopista, y en poco tiempo estoy en el embarque. Una vez a bordo, como de costumbre, subo a la cubierta más alta para ver como sueltan los amarres: es hora de despedirme de Gran Bretaña, a partir de mañana estaré más cerca de casa y, sobre todo, no habrá mar que me separe del regreso a casa. Mañana llegaré a Ámsterdam y me tomaré un descanso de 3 días de la moto, haciendo de turista. El viaje en moto prácticamente ha terminado, pero las vacaciones aún no.  

     

    Ámsterdam y el viaje de vuelta 

    Después de 3 bonitos días en una de las ciudades más encantadoras de Europa -creo que Ámsterdam con sol es una de las más bellas del mundo- vuelvo a la carretera. Desayuno en Ámsterdam y aperitivo en Bolzano, este es mi objetivo. A las 7 me pongo en marcha y comienzo mi aburrido descenso hacia el sur: la única «emoción» la vivo cuando me para la policía cerca de Düsseldorf, que, evidentemente, considerándome un consumidor frecuente de drogas, en medio de un aparcamiento me somete a pruebas como estar de pie a la pata coja con los ojos cerrados, tocarme la nariz siempre con los ojos cerrados y caminar a lo largo de una línea. Sin más, aprovecho esta oportunidad para estirar las piernas.  

    De vuelta a la moto, los cientos de kilómetros que me separan de Italia pasan como me esperaba: a las de 10 horas de salir, estoy en casa.  

    El cerebro se pone en marcha al pensar en la experiencia de las últimas (casi 3) semanas: los lugares que me han defraudado, los que mantuvieron las expectativas y los que me sorprendieron. La gratitud por poder vivir los momentos que viví, la moto que no me ha dado ni un problema en más de 7000 km (Irlanda + Escocia) y el «gracias» a quienes incluso estando lejos sentí cerca, ya que el 24 de abril también fue mi cumpleaños y todavía tengo que responder como se debe a unos cuantos. Pero, sobre todo, el cerebro lleva, como cada vez al final de un viaje, los ojos al mapa, y desencadena la pregunta de las preguntas: «¿dónde será la próxima vez?».  

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    Consideraciones generales sobre la organización de mi viaje a Escocia 

    • Para moverme y orientarme, tanto en este como en todos mis viajes, utilizo un GPS Garmin en el que precargo a) los mapas topográficos más actualizados posibles en el momento de la salida, incluyendo también las líneas de nivel como capa adicional; b) las pistas gpx de cada itinerario diario.  
      Los mapas topográficos te permiten obtener un conocimiento muy detallado de lo que te rodea estés donde estés. Los míos también indican con precisión la presencia de caminos de tierra, e incluso si el camino de tierra es más «carretera» o más «camino»: una ventaja innegable a la hora de adentrarse en nuevos territorios. Si además solapas las líneas de nivel, podrás conocer la posible pendiente que tendrás que superar en el camino de tierra. Sin atreverme demasiado, teniendo en cuenta que siempre iba completamente cargado, algunos tramos todoterreno me regalaron unas bonitas sonrisas.  Las pistas .gpx adjuntas a este artículo son las originales que utilicé durante el viaje: algunas desviaciones narradas en la historia no están indicadas porque son resultado de la «improvisación». Sin embargo, puedes deducirlas leyendo el texto.  
       
    • Con la planificación anticipada del itinerario (y la producción de las rutas .gpx para cargar en el GPS) ya antes de la salida había reservado todos los albergues donde pasé las noches. Si has leído la historia, habrás notado que en cualquier caso esto ha permitido un amplio margen de maniobra e improvisación de desviaciones durante los días, pero con ventajas en mi opinión considerables: 1) si no tienes un plan de internet en el extranjero, como en mi caso, no tienes el estrés de tener que empezar a buscar un lugar para dormir a última hora de la tarde; 2) mi período de viaje coincidió con algunas vacaciones nacionales tanto en Irlanda como en Escocia: si hubiera ido reservando cada día, habría tenido que conformarme con lo que hubiera encontrado, probablemente teniendo que cambiar radicalmente mis planes de viaje en función de dónde habría encontrado para pasar la noche. Lo mismo ocurre con los ferris a las islas escocesas: deben reservarse con antelación; 3) por la noche, siempre hay alguien que sabe que debes llegar a un lugar determinado. Viajando solo, esto puede resultar un factor positivo en caso de que ocurran eventos inesperados durante el viaje.  

    • En la moto opté por montar, justo antes de la salida, unos neumáticos semirreforzados, los clásicos 80/20. Esto me permitió poder aguantar infinitos kilómetros de autopista y también hacer off-road simple, logrando también salir de situaciones muy fangosas como en la isla de Islay. En retrospectiva, una decisión acertada. En cuanto a mí, el poder elegir la ropa correcta fue vital para un viaje así. Durante el primer día de viaje, cruzando Europa hacia Irlanda, me enfrenté a un rango de temperaturas de 35 ° C, una situación decididamente fuera de lo común: y, sin embargo, estuve a gusto durante todo el día. La clave es un vestuario modular, imprescindible para este tipo de viajes. También puedes haber notado que no he hablado de lluvia, prácticamente: esto se debe a que, algo muy poco común, nunca encontré un clima lluvioso, sino tan solo unas pequeñas gotas en ocasiones. Era algo difícil de imaginarse al principio en estas latitudes: por eso, junto con el traje de Gore-Tex® que llevaba puesto, siempre llevaba un traje de lluvia adicional, guardado en la maleta en un área de fácil acceso. Otra pequeña nota a la que presté atención cuando distribuí el material entre las maletas a la derecha y a la izquierda: hay que tener en cuenta que, en Irlanda y el Reino Unido, viajarás por el carril izquierdo, por eso a veces puede ser más conveniente cargar artículos de acceso rápido en tu maleta izquierda.  

    Equipamiento básico

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    Casco modular

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    Chaqueta de Gore-Tex®

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    Pantalón de Gore-Tex®

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    Guantes de invierno

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    Botas impermeables

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    Protector de espalda

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    Mono impermeable

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    Bolsas laterales

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    Mochila con bolsa de agua

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