Nací en 1959 y llevo más de 40 años recorriendo el mundo en moto. He recorrido más de 1.200.000 km por todos los continentes. Muchos dicen que soy un temerario, pero yo siempre contesto que soy GP, alguien con una gran afición y que ha acumulado una gran experiencia. Se puede llegar a cualquier lugar del mundo, siempre y cuando no se tropiece con la inestabilidad política o la burocracia, como me ocurrió a mí en esta ocasión. Sigo viajando con mapas, no sé lo que es el GPS, uso el cerebral, como me dijo un amigo hace años. Perderse por las carreteras del mundo es lo maravilloso.
Como siempre, la idea de este viaje en moto por la Ruta de la Seda surgió de mi interés personal por el aspecto cultural e histórico de aquellas tierras. Para mí, el Cáucaso y Asia son una combinación ideal, donde además puedo entablar relación con las poblaciones autóctonas; el tiempo y la llegada de las redes sociales han cambiado la forma de hacer las cosas, pero aún se respira el aire de otros tiempos.
Se había programado la salida para el 1 de junio de 2023, pero se retrasa cuatro días. Con todo lo que considero necesario, incluyendo 8 kg de aceite de motor, me embarco en Ancona con rumbo a Durres (Albania), donde desembarco al día siguiente. Me dirijo a la frontera con Macedonia del Norte y por la noche duermo en el lago del parque nacional de Mavrovo, hace fresco pero voy bien equipado.
Al día siguiente, llego a Skopje, la capital, donde ya se respira aire de Oriente. Visito el bazar, con sus colores y especias, después doy una vuelta por el casco antiguo y la música cambia, un crisol de etnias que se refleja en las numerosas tiendas de recuerdos y restaurantes, cada cual con sus tradiciones y costumbres.
Al día siguiente me hubiera gustado ir hasta Kosovo, a Prestina, pero es un periodo de enfrentamientos entre la población kosovar y la serbia; así que pongo rumbo a Bulgaria, donde llego a Sofía bajo un chaparrón. La modesta casa donde me alojo alberga también a chicos rusos que huyen de una posible implicación en la guerra de Ucrania, intento hablar con ellos pero no pasan de un «hello», así que tendré que acostumbrarme.
Visito el centro de la ciudad en moto y luego salgo para Plovdiv, donde duermo, pero tengo tiempo para visitar el antiguo teatro romano de Filipópolis, que antiguamente tenía una capacidad para 6.000 personas; hoy es el escenario de óperas y conciertos. Luego, en el centro de la ciudad, paso por el antiguo estadio, que data de la época del emperador Adriano.
Me dirijo hacia el sur, hacia la frontera turca, ha cambiado la temperatura, cruzo la frontera y dirijo las ruedas de mi moto hacia Galípoli; cruzo el puente sobre el estrecho de los Dardanelos, el más largo del mundo teniendo en cuenta los 3 vanos. Al acercarme a Galípoli me encuentro con Paco y su mujer parados a un lado de la carretera, con la rueda de atrás pinchada; me gustaría estrenar mi taller personal pero ya han llamado a la grúa. Paro con ellos en el pueblo para reparar la rueda y luego me alojo en su mismo hotel.
Salgo temprano por la mañana, cruzo el puente y vuelvo a encontrarme en Asia, desde el punto de vista geográfico. Me esperan más de 2.000 km para llegar a la frontera del Kurdistán iraquí en Zakho. Todo son sube y baja por Turquía, ya que quiero evitar las autopistas. Duermo en Cizre, antes de dirigirme a la frontera. Aquí todo es distinto: las temperaturas, los rasgos somáticos y los hábitos culturales. Estamos en la parte militarizada del Kurdistán turco. Durante 150 kilómetros flanqueo la frontera con Siria, 150 kilómetros de alambre de espino en 2 sectores.
Hasta hace 3 años, el Kurdistán iraquí era un lugar por donde rondaba el Isis, pero ahora es una isla feliz, como me dice Billy, así es como lo llaman. Billy vivía en Italia y ahora trabaja en la aduana, y gracias a él puedo pasar los controles en un abrir y cerrar de ojos.
Bajo hacia Mosul, lo supero y a última hora de la tarde llego a Erbil. Después de aparcar la moto, me visto de turista y me voy al centro, donde la antigua fortaleza domina la plaza. Es un hervidero de gente, bajo los soportales se comercia, es el bazar; por las callejuelas se encuentra de todo, sumergidos en la escenografía de otros tiempos. Al día siguiente vuelvo al centro y paseo por la ciudad, compro un kilo de cerezas por menos de un euro. La idea que me sobreviene de manera espontánea es sobre Isis: aquí no hay ni rastro de él, así que al día siguiente me propongo ir hacia el norte, a lo largo de la frontera iraní.
Hace calor, pero una vez fuera de Erbil subo hacia las montañas, donde encuentro frescor pero también muchos puestos militares. Me piden con mucha amabilidad el pasaporte, pero cuando ven que soy italiano, son suficientes un «thanks» y un «go», les doy las gracias y sigo para adelante. Por la tarde me encuentro de nuevo en la frontera, mi amigo Billy está ocupado y me despido de él por teléfono. En la frontera turca espero más de una hora antes de que se abran las puertas, todo el mundo ha hecho lo posible por dejarme aparcar en primera fila, doy las gracias y me marcho. En Cizre me hospedo en el mismo hotel de días atrás y me echo en la cama rendido.
Aprovecho la ocasión para hablar algo de la ropa que he escogido para este viaje en moto por la Ruta de la Seda. Para no ser desprevenido, llevo un traje para todo tipo de climas, con el que estar cómodo en un intervalo que va desde unos 5 grados hasta más de 30.
A partir de 35 grados, bueno, hay poco que hacer en esos casos, y es difícil no pasarlo mal por el calor. En cualquier caso, también llevo un traje impermeable extra, en caso de precipitaciones excepcionales, que no escasearon. El casco que escogí es un AGV AX9, un excelente casco integral adventure con pico y visera, cómodo y silencioso. Las botas también son un modelo adventure con membrana impermeable: son cómodas hasta para hacer caminatas cortas, porque son bastante flexibles, pero ofrecen la protección necesaria para circular por terrenos mixtos.
Después de desayunar, me encamino hacia el norte, hacia el lago Van. Cruzo puertos de más de 2.000 metros de altitud, la temperatura ya no es la misma, pero con mi bonito traje técnico puesto, todo es relativo.
Estoy en pleno Kurdistán, el más duro, con sus tradiciones centenarias y nunca aletargadas contra un ocupante no reconocido, el gobierno turco. Cuando me paro a descansar, no hay vez que no me lo recuerden. Paso por Tatavan y en Ahlat encuentro un hotel a orillas del lago. El dueño es muy amable, es un hotel nuevo con un restaurante contiguo, donde paran los camioneros, o sea que «se come bien».
Llueve por la noche pero por la mañana está despejado. Visito el yacimiento a las afueras de la ciudad, una mezcla de arte armenio y árabe, y luego en dirección norte, porque mi destino es Kars. Después de recorrer 300 km llego a la ciudad, la Ciudadela, que con su fortaleza domina la llanura sobre la que se extiende el resto de la ciudad. Desde sus orígenes, la historia nos habla de un lugar que se disputaron sobre todo en el siglo pasado Turquía y Rusia; durante todo el periodo de la Guerra Fría, Kars cayó en el olvido, para volver a ser noticia en los años 90, cuando se convirtió en la única puerta de entrada a Armenia. La crisis de Nogorno-Karabaj, con los azeríes cerca de Turquía, obligó a cerrar la frontera durante décadas.
Llueve mientras me dirijo hacia la frontera georgiana. En 2021, por culpa del covid no pasé en dirección contraria porque los turcos no dejaban entrar, pero en esta ocasión no tengo ningún problema. La carretera que baja hacia Akhalkalaki es una larga hilera de camiones, hago caso al mapa y me encuentro en un pueblecito donde la carretera termina en una propiedad privada, menuda locura. Retrocedo y al cabo de una hora vuelvo a cruzar la frontera con Armenia, ¡todo un récord!.
Sigo bajando con la lluvia hasta Gyumri, la ciudad más industrializada de Armenia. La señora que me recibe en el B&B es muy amable, lástima que hable francés como tercera lengua y ni ruso ni armenio, ahí el traductor telefónico marca la diferencia. A cenar y luego a la cama, que estoy hecho polvo. Aquí también encuentro rusos que huyen de su país para alejarse de la guerra.
Vuelvo al norte, hacia el parque nacional del lago Arpi. El tiempo se está portando mal, en los últimos 40 km se acaba el asfalto, pero con mi KTM no tengo ningún problema. Entro en el parque y vuelo el dron, que es todo un espectáculo. Vuelvo al pueblo por otra carretera, antes del B&B hago una parada obligatoria en un lugar de lavado y la moto me lo agradece.
Hace calor, el sol sale después de la tormenta, me desvío hacia el este rumbo a Varadzor; allí me espera mi amigo Saro, cada vez que piso Armenia tengo que pasar por su casa. Dejo la moto en el garaje y paso 2 días con la familia, no hay que faltar a las costumbres. Cuando llega la hora de despedirse, no me apetece marcharme y cualquier excusa es buena para quedarse.
Pero el próximo destino es Ereván, la capital. Es obligatorio hacer una parada en Spitak, donde una misión subvencionada por la Asociación Alpini de Gorle, Bérgamo, tiene por misión mantener unas instalaciones en las que viven unos cuarenta jóvenes que no tendrían una vida fácil fuera de ella, muchos con minusvalías que les obligan a ir en silla de ruedas. Lástima que la hora sea la de la siesta, la monja me invita a tomar un café, le dejo un detalle, una pequeña ofrenda, una gota de agua en un mar embravecido. Ereván es una ciudad caótica que contrasta con el territorio que he estado recorriendo en los últimos días, después de cruzar algunas frondosas mesetas. Estoy en las afueras y para encontrar el B&B tuve que pasar por delante diez veces; por suerte encontré a una señora que hablaba inglés, si no todavía estaría dando vueltas.
Paso un día organizando mis próximos pasos. Armenia es un país atípico desde el punto de vista de las tradiciones: fue el primero del mundo en proclamar el cristianismo como religión del Estado, en un contexto que no la favorece y donde el eterno conflicto Nogorno-Karabah está de actualidad, con un amargo epílogo cuando escribo estas líneas.
Los innumerables monasterios son uno de los mayores atractivos de este país. El más carismático está situado a 50 km de Ereván y es el de Korh Virap, cerca de la frontera turca y con el monte Ararat, antaño en territorio armenio, como telón de fondo. Por suerte, no está nublado, así que sus 5.700 metros y su cumbre nevada propician la toma de un sinfín de instantáneas.
Me dirijo hacia el sur, al monasterio de Tatev, y otra vez con mal tiempo. El monasterio está encaramado sobre una montaña y llegar hasta allí es como ir por las carreteras del Stelvio. Me quedo un par de días y cuando emprendo el camino de vuelta, por fin mejora el tiempo. Me encamino hacia el lago Sevan, uno de los lagos navegables más altos del mundo. Me paro en el monasterio de Novarank, que también está encaramado sobre la montaña, y luego, de camino a Sevan, recorro una de las antiguas rutas de la seda.
Me hospedo con una familia; todo es muy agradable y acogedor, charlamos todo lo que podemos, pero aquí si no hablas ruso, no hay manera. A la mañana siguiente voy a visitar el monasterio de Savanank, situado en un promontorio, que antes era una isla hasta que Stalin quiso hacer un canal para llevar el agua a otra parte. Hoy el nivel es 20 metros más bajo.
Por la tarde llego a Tiflis y me quedo de piedra. Mi amigo georgiano Giorgi me dice que han cerrado la frontera con Azerbaiyán. Una decisión azerbaiyana que supone replantear el viaje. Tengo dos visados rusos que pensaba utilizar al salir de Kazajistán, pero los había programado para una fecha de 20 días más tarde. Trato de ponerme en contacto con nuestra embajada, pero ni siquiera me dejan entrar, lo que me extraña son las maneras, así que me doy la vuelta y voy a una oficina donde se expiden visados rusos bajo los auspicios de la embajada suiza.
La embajada rusa cerró sus puertas en 2008, cuando Rusia invadió Osetia del Norte. Otro jarro de agua fría, me expedirán un visado de tránsito al cabo de 6 días pero tengo que renunciar a los visados que ya tenía. Me lo pienso y tomo una decisión, aunque tendré que atenerme a las consecuencias. Al final, entre las traducciones, el seguro médico y lo que ya me había gastado, se me van más de 500 euros. Durante los días siguientes voy de turista, visito algunos monasterios situados hacia el Cáucaso y la antigua ciudad de Vardzia, una pequeña Capadocia georgiana. Akahaltsikhe es el punto final antes de regresar a Tiflis. Un mensaje de texto anuncia que ya está listo el visado, así que monto en la moto y me dirijo a la frontera septentrional con Rusia. Paso la noche en Stepantsaminda después de visitar la iglesia de la Trinidad de Gergeti. Las montañas de los alrededores están completamente nevadas.
El próximo paso es Rusia. El viaje sigue adelante, lee más aquí: Ruta de la Seda en moto: de Georgia a Kirguistán