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    La primera parte de tres semanas de viaje en solitario entre paisajes y culturas, desde Véneto hasta las puertas de Oriente

    Por Luca Tonelli | 04 julio 2024 | 1 min
    Moto: Honda Africa Twin CRF 1100 L
    Kilometraje: 9.009 km
    Dificultad: Medio-Fácil, la dificultad media es para etapas largas y varias horas de conducción, si se hace en grupo el tiempo podría ser mucho mayor. Tramos off-road fáciles, no recomendables para personas con poca experiencia si no se opta por acortar la etapa en los días que corresponda
    Duración: 21 días, 3 de ellos de descanso
    Época del año: De finales de septiembre a mediados de octubre, temperaturas ideales
    Tiempo: variable
    Temperaturas: De 35 a 10 grados
    Equipamiento básico: Equipo indispensable: traje de moto de tres capas, impermeable, botas de carretera para enduro, ropa interior técnica para reducir las mudas y facilitar el lavado, kit de reparación de neumáticos y lo necesario para algunos trabajos de mecánica básica. No lleves nada que no sepas utilizar.
    Luca Tonelli

    Luca Tonelli

    El autor

    Luca Tonelli, de la generación de 1987 y viajero empedernido.  Todavía sin tener el permiso de conducir y ya encuentro en los vehículos todoterreno 4x4 mi mejor aliado, una auténtica afición que me brinda la oportunidad de explorar desiertos y escalar montañas en varios continentes, desde América hasta Australia, pasando por África y un pequeño paréntesis ruso. De esta arraigada afición por los vehículos de cuatro ruedas (motrices) surgió el interés por los vehículos de dos ruedas motorizados, que empecé a probar por la insistencia de un amigo. Al principio en motos deportivas para hacer rodar los neumáticos en los Apeninos, más tarde mezclando el alma de un viajero solitario y las pistas de tierra en una receta que casi nunca cansa. 

    Es difícil conciliar los compromisos de un empresario y el oxígeno que necesitamos para vivir, en cualquiera de sus formas. Cuando uno lleva tiempo parado, el deseo insaciable de hartarse de nuevas experiencias se impone a una planificación razonable que contemple un poco de calma: cuando tracé el itinerario, dos semanas antes de emprender el viaje, no estaba muy seguro de que se cumpliera. 

    Veintiún días, tres de ellos de descanso, y 9.009 km rodados sobre una Honda Africa Twin 1100 de 2022 que (como resultó) tenía más atributos europeos que japoneses. Con toda probabilidad, los kilómetros de autopista no pasarían de 1.500 en total; el resto serían por carreteras secundarias, caminos de tierra o autopistas próximas a grandes núcleos urbanos que, en general, yo evitaría a no ser que los eligiera expresamente para pasar la noche. 

    Mi viaje a Turquía fue un periplo en forma de ocho que atravesó los Balcanes en ambas direcciones, internándose por las colinas de Eslovenia, Croacia, Hungría, las montañas rumanas y las llanuras búlgaras antes de entrar en suelo turco, auténtica meta del viaje por el que llegué hasta Şanlıurfa, encrucijada a las puertas de un Oriente que apenas se vislumbraba. Un estímulo y una trampa para la mente errante de un viajero que ya está pensando en los próximos destinos mientras aborda una aventura aún por terminar, que sigue por las costas sur y oeste antes de un regreso rápido pasando por Serbia. 

    La Africa cargada con todo lo necesario
    La Africa cargada con todo lo necesario

    Ropa para viajar en moto por Turquía 

    Comento brevemente cómo me preparé para afrontar mi maratón a las puertas de Oriente. Al viajar en un periodo marcado por climas nada extremos, un traje de tres capas me pareció la mejor opción: calentito cuando hiciera fresco, y lo suficientemente ventilado cuando hiciera calor. En las extremidades, botas y casco Adventure; excelentes, ya que no desdeñaba hacer algunas incursiones por caminos de tierra. Entonces, era inevitable llevar un traje impermeable suplementario, porque cuando llueve en serio, la impermeabilización nunca sobra. 

    A la Africa Twin le apliqué un juego de generosas bolsas blandas, protectores de manos cerrados (protegen las manetas de freno y embrague), barra de protecciones en los laterales del motor y la equipé con un juego de neumáticos Mitas E-07, un buen punto medio entre duración y seguridad off-road. Un soporte para GPS en el centro del manillar y a correr. 

     

    Ruta hacia el Este: la llegada a Turquía 

    Los Balcanes merecerían más tiempo y atención que los que prestan quienes aspiran a destinos más alejados de casa, dado que se pueden elegir varios itinerarios en las frecuentes travesías hacia los países del Este.  

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    Poco antes de Trieste, un chaparrón en la A4 se lleva los pensamientos y las preocupaciones que me agobian y que no me dejan volar con la mente y el cuerpo. Dejamos Italia y la autopista, deambulando por bosques y fronteras con alguna que otra ingerencia optimista por pistas sin asfaltar y que luego encontramos cerradas a pocos kilómetros del asfalto. Recorremos 700 km y a oscuras saco la bolsa de lona del portaequipajes, a la puerta de un hotel que no disimula un estilo de vida muy distinto del nuestro. Engraso la cadena, ćevapčići y a dormir. 

    Los días siguientes desde Croacia me transportan a Hungría, desde donde entro en Rumanía, durmiendo cerca de un evocador castillo Corvino en Hunedoara, una fortaleza del siglo XIV. Al despertar, doy un enérgico giro de 180° hacia Bulgaria, recorriendo la renombrada Transfăgărășan (que se considera una de las carreteras más bellas de Europa a nivel mundial) y tropezándome con los peludos plantígrados. Remato el viaje en Bulgaria en la bulliciosa plaza principal de la sorprendente Ruse, después de cruzar el Danubio y con él la frontera estatal por el impresionante Puente de la Amistad (1954) de más de 2 km de largo.  

    Procurando familiarizarme con el cirílico que se apodera con impertinencia de la señalización vertical, subo las colinas hacia el suroeste, donde me atrapa la genuinidad de Veliko Tarnovo, sus casas y callejuelas; es la antigua capital búlgara, situada en un importante cruce de vías de comunicación. La Africa Twin serpentea con agilidad por los bosques, en carreteras asfaltadas pero indudablemente en mal estado, y en una zona bastante aislada llego a la monumental Casa del Partido Comunista Búlgaro, Buzludža, en desuso desde 1990 pero que sigue dominando los valles de los alrededores. Un brutalista coloso de cemento armado, que representa la imagen perfecta de una refinada grandeza del pasado más reciente, Buzludža supuso un paréntesis que nació del sincero fervor que nos anima cuando descubrimos la existencia de un lugar, aunque no exista ninguna razón especial unida a un sentimiento determinado. Me apetecía y, desde luego, el 1100 japonés no rehúye ese soplo de aire fresco, antes de volver a sumergirme en el calor yendo hacia Turquía, con una parada en Edirne. 

     

    Por fin en Turquía, entre viaje y turismo 

    El cruce de la frontera transcurre sin contratiempos (no se puede decir lo mismo de los camioneros, que hacen colas de 8 km) y por fin llegamos a nuestro destino, esa Turquía que perseguíamos desde hace una docena de años, cuando se planteó por primera vez como posible meta. El ritual del selfie debajo de la señal del país sirve de preludio a la localización de una tienda donde comprar una tarjeta SIM de Turk Telekom y buscar un hotel, de categoría bastante alta, para disfrutar de un merecido descanso. Aprovecho el tipo de cambio favorable, y de paso el garaje del sótano para hacer algo de mantenimiento con tranquilidad. 

    Gatolandia: así apodé a Turquía, y sobre todo a Estambul, donde en medio día llegué (no sin cierto desasosiego) con la moto cargada por las cuestas empinadas a un hotelito cutre pero situado estratégicamente en el céntrico barrio de Sultanhamet (siguiendo los buenos consejos de alguien que ya ha estado aquí varias veces). 

    Por fin una jornada de descanso y me dedico a hacer de turista en Estambul, sabiendo que no dispongo del tiempo necesario y, sin embargo, invadido por la debida reverencia hacia una capital que con su tumultuoso pasado se ha beneficiado en historia, cultura y un poco de magia, por representar con su posición geográfica la verdadera puerta de entrada a lo que vulgarmente se entiende por Oriente. Y los gatos. Gatos por todas partes, hasta encima de la Africa, que sigue con su rabieta a la mañana siguiente. No quiere arrancar. Además de ser la única Honda de las que ha tenido hasta ahora que consume aceite, no quiere dejar la capital por un problema de encendido. Un problema que ya conocía desde antes de emprender el viaje, que ya se había manifestado en Ruse y que ahora empieza a ser más insistente. 

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    Camino a Sivrihisar
    Camino a Sivrihisar

    Un inglés que conocí en Buzludža me habla de sus contactos con un concesionario Honda, donde tenía que ir para hacer un mantenimiento programado de su ATAS DCT, pero de repente se echa atrás de sus buenos propósitos: lamentablemente aquí están más familiarizados con las motos de pequeña cilindrada que con los bisontes que están tan en boga en la vieja Europa. Un caballo cojo siempre es mejor que ir a pie, me digo, y sigo adelante (Inshallah). 

    Por fin dejo atrás la civilización, sabiendo que, por desgracia, volveré a encontrarla de forma avasalladora en Capadocia. Sigo rumbo sureste, cruzando puertos a 1.600 metros que son una panacea contra el calor del verano (aunque ya estemos a finales de septiembre), hasta llegar en el descenso al pequeño pueblo de Sivrihisar, inesperadamente animado si lo comparamos con los que lo rodean, porque allí se rueda la que, según me dicen, es la serie de televisión turca más veterana (Gonlu Dag): una cena con el elenco de actores en el edificio donde dormiré esa noche añade este detalle mundano a mi incursión motociclista en tierras turcas. 

     

    Hacia Capadocia: el lago salado de Tuz Gölü, el «Salar» turco 

    Capadocia me está esperando, pero entretanto no quiero perderme el lago salado de Tuz Gölü: el recuerdo del Salar de Uyuni sigue estando muy vivo y su atractivo es muy fuerte, aunque sepa que el paisaje nunca estará a la altura del salar boliviano. Pero escojo un día muy feo: amenaza lluvia y hay una tormenta de viento y polvo (la arena es otra cosa) que me azota. Intento hacer eslalon entre las capas de tormenta con la ayuda del satélite, y robo varias decenas de kilómetros en seco, por el camino de tierra que te lanza desde la meseta a este salar bastante grande que al final atravieso por la parte norte, por una pista de servicio de una mina de sal.  

     

    Uno sabe cuándo se le está «yendo la pinza», porque con la adrenalina a flor de piel, propiciada por el fuerte viento y las tormentas en movimiento, arranca desde la muñeca derecha una vibración que recorre rápidamente el sistema nervioso hasta llegar a la nuca, y en cuanto el cerebro da la orden, un escalofrío recorre la espina dorsal haciendo que se te abran los ojos de par en par, mientras la muñeca hace girar el acelerador a fondo, y vuelas a 160 km/h en 4ª por esta franja de tierra y sal. 

    Poco después, los surcos y depresiones de barro seco me obligan a decelerar con mucha suavidad, y con el peso siempre hacia atrás.  Aunque no sea Uyuni, fue muy agradable, antes de que la tormenta dejara huellas de su paso por la orilla opuesta. Reduzco la velocidad con precaución sobre los charcos de barro primero y sobre el asfalto resbaladizo después, y llego por la tarde algo agotado a Goreme, porque el viento de hoy se ha llevado la hora de almorzar. 
     

    Capadocia: globos aerostáticos y muchas cosas más 

    Capadocia es exactamente como uno se espera: tanto a nivel paisajístico como de infraestructura turística, no te defrauda. Lamentablemente. Porque lo que yo esperaba era, efectivamente, una arrolladora máquina turística que atrae a gente del mundo entero, y con razón. Todos los miradores y sitios de interés se encuentran en un puñado de kilómetros, abarrotados a todas horas, no solo durante la salida y la puesta del sol. Paseos en globo aerostático, quads, senderismo a través de extrañas y fascinantes formaciones rocosas. El hombre también ha dejado huellas de su paso en antiguas civilizaciones: ciudades subterráneas con estrechos pasadizos y elaborados conductos de ventilación, excavadas a mano hasta 85 metros bajo la superficie, como Derinkuyu, Kaymakli, Ozkonak, Saratli y Mazikoy (siglos VIII y VII a. C.), y un monasterio menos conocido pero de gran belleza en Selime, un complejo a 80 km al sur de Goreme que data del siglo VIII o IX d. C. y que podía albergar hasta 5.000 personas, cerca del valle de Ihlara, donde es aconsejable almorzar al fresco en las mesas colgantes sobre el arroyo que lo cruza. 

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    AX9 es el casco AGV adventure touring, homologado ECE2206, con una innovadora estructura modular que permite cuatro configuraciones diferentes, gracias a la visera ajustable y a la visera ultrapanorámica desmontable. Para afrontar todo tipo de terrenos con total seguridad.

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    La sal cerca del salar de Tuz Gölü
    La sal cerca del salar de Tuz Gölü

    El viaje continúa hacia el este de Turquía 

    Ya casi cansado del segundo día de «stop», asfixiado por el exceso de turismo, me escapo hacia el oeste. Dejo Capadocia tras alcanzar, por una pista fácil, el caravanserai de Sultanhani, y desde allí vuelvo a poner las ruedas sobre el asfalto, del que me canso pronto. Al mirar el Garmin veo una pequeña carretera secundaria que al parecer corta dos amplias medias curvas de varias decenas de kilómetros, y entonces caigo en la tentación. A medida que me adentro en la campiña turca, se va esfumando la cobertura del teléfono:  un paisaje áspero, rastrojos con olor a tierra húmeda y oscura (por los incendios controlados, aquí todavía queman la broza para higienizar los campos) mientras recorro esta pista, a veces de grava y a veces de tierra.  De vez en cuando se divisa algún que otro asentamiento de pastores a media ladera, con los temibles perros kangal y sus característicos collares antiosos mirándome desde lejos cuando me paro a ponerme o quitarme la ropa impermeable.   

     

    Al parecer, los caminos de tierra conllevan tormentas, por lo menos en este viaje, y por suerte los descansos también se convierten en una oportunidad para tomar un «çay» con unos kurdos muy hospitalarios en un área de servicio. La noche la paso en Divrigi, un topónimo selyúcida que sigue vigente para esta ciudad que parece remontarse al imperio hitita. Llama la atención por su fortaleza medieval encaramada en el promontorio que la domina y por la mezquita, que se considera una de las obras más importantes de la arquitectura islámica de Anatolia. Ceno en un restaurante local, donde no hay turistas, solo el gerente y yo, que conversamos gracias a Google Translate o asentimos con la cabeza cuando nos ofrece platos con nombres que me resultan familiares. Me despido temprano y me dirijo al pequeño hotel situado a lo largo de una empinada calle lateral. 

     

    Los próximos pasos son cruzar el distrito de Kemaliye y luego llegar a Şanlıurfa, la verdadera puerta de Oriente. El viaje sigue adelante, lee más aquí: Maratón hacia el este, el viaje de regreso: en moto de Turquía a Italia

    Capadocia al atardecer
    Capadocia al atardecer

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