Somos de Reggio Emilia, aficionados a los viajes y la exploración, compartimos nuestras aventuras en el perfil de Instagram @maurisilviamototravellers. Nos encanta la montaña y solemos movernos por nuestros Apeninos toscano-emilianos, pero queremos viajar siempre por el mundo en nuestra moto, y en abril de 2023 realizamos nuestro primer sueño, ir a África en moto para una ONG. Hemos combinado el viaje que soñamos con la beneficencia, y esperamos que esta solo sea la primera de muchas misiones.
Emprender este viaje en moto a África no fue nada fácil. Sobre todo, porque no era un viaje sencillo, teníamos que cumplir una misión de verdad. Queríamos ir a África, para vivir una experiencia en motocicleta pero al mismo tiempo para hacer algo bueno; así que nos pusimos en contacto con la ONG Bambini nel Deserto (ONG Niños en el Desierto) para saber dónde podíamos aportar nuestra ayuda, y nos hablaron de Casamance, una región geográfica del sur de Senegal. Recaudamos los fondos necesarios para poner en marcha un pequeño negocio textil en una aldea cerca de Sedihou; durante 4 meses, de enero a abril, en nuestro tiempo libre solo nos dedicamos a eso, además por supuesto a la organización y preparación del viaje en sí.
La recaudación de fondos fue un gran éxito: el objetivo era recaudar 5.000 € para lanzar el proyecto y llegamos a recaudar 8.000, por eso también pudimos comprar la moto que necesitábamos para el viaje y poder volver en avión dado el tiempo limitado. Planeamos dejar la moto en Dakar como donación.
Dainese nos ayudó mucho porque nos proporcionó la ropa adecuada: chaqueta y pantalón de 3 capas, modulares y para todos los climas, desde el frío lluvioso hasta el calor del desierto, pasando por botas Adventure, casco y ropa interior técnica. El mono de 3 capas, para todo tipo de climas, era perfecto: empezamos desde Italia con unos 10ºC y en el norte de Marruecos no hacía nada de calor; luego fuimos cada vez más al sur y a medida que subían las temperaturas usamos chaqueta y pantalones en la configuración más ventilada.
Nos equipamos con bolsas blandas, para poder llevar más material pero sobre todo para traerlas fácilmente de vuelta en avión. Pero el equipaje era muy básico: ropa interior, unas camisetas, pantalones largos y uno corto por persona y un neceser lleno de botellitas pequeñas, y lo que no podía faltar era protector solar. También llevamos la estufa de camping, la cafetera y los alimentos esenciales para las situaciones más extremas, y tengo que decir que fueron útiles.
El itinerario fue muy fácil de preparar: desde Tánger directamente hacia el sur, y desde Italia reservamos alojamiento solo para las dos primeras noches.
La emoción nos embarga. Después de soñar y desearlo tanto, y después de toda la preparación, nuestro viaje en moto a Senegal, por fin comienza. Somos los primeros de la cola delante del barco y nada más zarpar ya tenemos ganas de volver a subirnos a la moto y empezar a quemar kilómetros. Durante la navegación empezamos a desarrollar un don fundamental que nos servirá durante todo el viaje: la paciencia. Nos embarcamos en el ferry a las 14 h del 22/04 y desembarcamos en Tánger el 24/04 a las 22.
Llegamos al puerto de Tánger a altas horas de la noche y lo único que queremos es llegar rápido a nuestra primera parada en Assilah. Reservamos habitación en las afueras de Tánger, así que ya estábamos en la carretera en la dirección correcta a la mañana siguiente. Es de noche, pero ver ya los letreros en árabe, los techos de las mezquitas iluminados de color verde nos recuerda que hemos cambiado de continente; estamos entusiasmados y ya se respira un aire diferente. Mañana por la mañana pondremos rumbo a Marrakech: nos esperan unos 550 km.
Las carreteras en esta zona son agradables, pero decidimos coger la autopista para acortar el viaje. Empezamos con la versión invernal de los monos, porque cerca del océano la temperatura matutina es fresca; cuanto más se va tierra adentro hacia Marrakech, más aumenta la temperatura. Llegamos a nuestro destino alrededor de las 6 de la tarde; más o menos todos los días serán así: en moto todo el día para llegar lo antes posible al final de la etapa. Tenemos 13 días para llegar a Casamance, nuestro objetivo, y queremos quedarnos allí al menos dos días, y luego regresar a Dakar y coger el avión de vuelta. Hemos de respetar la fecha del 9 de mayo, día de salida hacia Italia.
Mientras tanto, disfrutamos de nuestra primera noche en una gran ciudad de Marruecos, Marrakech, perdiéndonos en los callejones donde todos conducen scooters, tuc-tucs y otros raros vehículos de motor y en medio de ese caos también nos sumergimos nosotros, ¡es una sensación embriagadora! De vuelta a nuestro Riad consultamos la carretera y elegimos el final de etapa para mañana; este momento vespertino se convertirá en algo constante en nuestro viaje: estudiar el itinerario y reservar para el día siguiente. En algunos casos, terminaremos reservando el mismo día para la noche, siempre con nuestro aliado de confianza Booking. No elegimos de forma aleatoria, nuestros alojamientos han de tener al menos dos características fundamentales: costar lo menos posible y tener un aparcamiento para la moto.
Al día siguiente salimos hacia Tifnit, un pueblo de pescadores en el Océano Atlántico al sur de Agadir. El viaje es precioso, manteniendo el océano a nuestra derecha, el viento, el paisaje que cambia y de verde se vuelve cada vez más de color tierra; ya no estamos en la autopista sino en la carretera costera, todo empieza a ser más salvaje, las cabras y las vacas aquí son los verdaderos dueños de la carretera, y también empezamos a ver los primeros dromedarios.
Pasamos la noche en un albergue ecológico en el océano y también tratamos de nadar, pero el agua está muy fría, así que solo nos mojamos los pies. Cenamos en la cocina de la dueña que nos prepara un delicioso Tajine, en compañía de una familia francesa que se aloja allí. ¡Cuánta buena gente se conoce al viajar!
Nuestro próximo destino es Tan-Tan Plage, pero sabemos que tenemos que parar en Legzira Arch, un lugar imperdible. Hemos visto muchas fotos de este maravilloso arco natural todo de arena, pero admirarlo ahí es una gran emoción, es imponente y conducir la moto por la playa y pasar por debajo casi nos hace llorar de alegría bajo el casco. Tan-Tan Plage parece un pueblo deshabitado, tan poco turístico que nos cuesta encontrar comida por la noche, pero es un punto de paso obligado, mañana saldremos temprano porque tendremos mucho más que ver.
La parada siguiente va de Tan-Tan Plage a Layoune. Aquí empezamos a encontrarnos con las primeras verdaderas dunas del desierto; por el camino cada vez hay menos gente, estamos nosotros, los camellos y los puestos de control habituales a la entrada de las ciudades. Por cierto, si quieres embarcarte en un viaje como el nuestro no te olvides de las fichas rellenadas: un folleto con todos tus datos y los de la moto para entregárselo a la policía en lugar de todos los documentos, así será mucho más fácil pasar, y encontrarás varios ejemplos en internet. El Aaiún es una ciudad que forma parte del Sáhara Occidental, disputada con la República Árabe Saharaui Democrática, es una ciudad más moderna y nos encontramos para dormir en un hotel nuevo y muy occidental.
Nos despertamos y nos dirigimos hacia Dakhla. Ahora sí que empezamos a sentir el desierto, mantenemos el océano a nuestra derecha y el viento sopla muy fuerte. Llegamos al Valle de Dakhla y nos hipnotizan las dunas que nos rodean, parecemos solos en el mundo, no pasa ni un coche y nos paramos a hacer mil fotos, bien abrigados porque el viento y la arena nos azotan. Continuamos y volvemos a ver el Océano Atlántico, hay una gran cantidad de surfistas y kitesurfistas y conducimos por una franja de tierra que corre con el mar a ambos lados; Dakhla es un desvío, mañana tendremos que volver por el mismo camino siendo esta una península, pero vale la pena y si pudiéramos nos quedaríamos un día más.
La etapa siguiente es dura: hemos de entrar en Mauritania y cruzar nuestra primera frontera; pero antes otro hito importante, un punto de tránsito para todos los viajeros: el Trópico de Cáncer. Ahora estamos en el verdadero desierto, pero todavía sentimos el viento y el aroma del océano cerca. Dejamos constancia de nuestro paso, una pegatina con nuestro símbolo y también los de nuestros amigos y de los Niños del Desierto. Pero tenemos que reanudar la marcha porque Mauritania nos espera.
Llegamos a la frontera de El Guergarat alrededor del mediodía y la encontramos cerrada porque es hora del almuerzo y la oración; esperamos una hora en el único bar-restaurante y luego comienza la aventura. Para salir de Marruecos y entrar en Mauritania entre un control y otro tardamos unas 3 horas, además recibimos ayuda del «passeur», que debería facilitar la salida y entrada pero la espera sigue siendo muy larga, bajo un sol abrasador y entrando en oficinas que parecen el escenario de una película de Tarantino. Lástima que no pude tomar algunas fotos, está rotundamente prohibido.
Cruzamos la tierra de nadie, una porción de desierto donde todavía hay minas antipersona y que hay que prestar mucha atención al cruzar. Son solo unos pocos kilómetros pero inspiran miedo, no hay nadie, solo cadáveres de coches abandonados.
Por fin fuera, estamos en Mauritania. Nada más llegar cruzamos un paso a nivel y nos paramos enseguida porque ¡pasa el tren más largo del mundo! Es un tren de 3 km de largo que lleva polvo de hierro, su travesía tiene más de 700 km de largo y corta el desierto del Sahara en dos, es verdaderamente largo y tenemos tiempo para tomar algunas fotos. Sentimos la tierra temblar, también hay quien se sube al tren sobre la marcha y encuentra un lugar directamente en los montículos de polvo de hierro, naturalmente ataviados como los tuareg. El paso es gratuito y lo utilizan los mauritanos para moverse dentro del país, así como algunos aventureros.
Continuamos nuestro viaje y llegamos a Nouadhibou para pasar la noche. Todo es diferente de Marruecos: la ciudad parece casi abandonada, parece que somos los únicos extranjeros, todos los caminos son de arena y tenemos que dar varias vueltas para encontrar un sitio donde comer. Al final encontramos un «local», vemos entrar a gente y decidimos imitarlos, pedimos una cerveza pero en Mauritania el alcohol está prohibido y nadie lo vende. En cualquier caso, nos ofrecen una lata de Heineken, ¡pero a 15 euros! La rechazamos con amabilidad y nos acostamos temprano, al día siguiente cruzaremos el desierto mauritano, 550 km desde Nouadhibou hasta Nouakchott, la capital de Mauritania, la etapa más difícil.
Por la mañana nos levantamos temprano, nos preparamos para salir pero tenemos un pequeño inconveniente con nuestra Transalp: la cerradura del sistema de bloqueo de la dirección se ha bloqueado y no entra la llave, lo intentamos y lo volvemos a intentar, y solo después de rociar varias veces con el lubricante empieza a funcionar, seguramente ha entrado un poco de arena... Mientras tanto, ya llevamos una hora de retraso en la hoja de ruta; tomamos la carretera y nada más salir de la ciudad volvemos al desierto, el sol abrasa y sopla un fuerte viento que llega a inclinar la moto, y es difícil mantenerla recta. Continuamos con el viento en contra y no hay nadie por la carretera, solo nosotros y el desierto, miremos donde miremos; la arena a menudo llega hasta la carretera, hay muchos dromedarios, y las cabras y vacas que a menudo se paran en medio de la carretera y no quieren moverse, los dromedarios galopan con fuerza tan pronto como te acercas a ellos.
Salimos con un buen suministro de agua para beber pero después de un tiempo ya está hirviendo; paramos en la única gasolinera que encontramos para repostar pero no tiene gasolina, afortunadamente llevamos los bidones. Bebemos mucha agua y compramos un paquete de galletas y algunos dátiles, y todavía no sabemos que no vamos a comer nada más en todo el día.
Seguimos y ya no nos encontramos más pueblos ni aldeas, solo un desierto, hipnótico y cada vez más cálido, nos hemos alejado del Océano y se nota. Empezamos a ver espejismos, el fondo de la carretera parece líquido, pero ni una pizca de agua, buscamos un distribuidor, una pequeña tienda pero no hay nada de nada, de vez en cuando unas cuantas carpas pero nada más.
Tenemos tanto calor que sentimos ardor por dentro, en esta época la temperatura debería estar alrededor de 35 ° C en lugar de oscilar entre 48 y 50 °, empezamos a sentir náuseas y palpitaciones, pero no nos decimos nada y susurramos que estamos bien para cobrar ánimo. Solo queremos llegar, pero todavía estamos a medio camino, deberíamos pararnos pero no hay nada. Entonces vemos una pequeña casa con un viejo vehículo todoterreno estacionado delante de ella y apuntamos directamente allí; solo decimos «salamaleku» (que equivale a nuestro «buenos días») y enseguida entienden que necesitamos beber, nos dan agua, dos botellas, las vertemos directamente sobre nosotros y en las otras 2 disolvemos las sales minerales. Al ver que estamos muy cansados tienden una alfombra a la sombra de la choza, la única sombra que hay, para que descansemos y nos ofrecen té de menta. Nos detenemos durante media hora y tras refrescarnos, volvemos a estar listos para reanudar el viaje.
Nos ponemos en marcha y el calor sigue siendo infernal, como tener un secador de pelo apuntado, pero cuando al final nos acercamos al mar parece que renacemos, la temperatura baja solo ligeramente pero aquí el viento mueve el aire.
Hacia la capital, comienzan a aparecer las primeras farolas, increíbles en medio del desierto, luego se ensancha la carretera, aparecen más carriles, se encuentran más coches y en poco tiempo estamos en el tráfico de Nouakchott. Esta noche dormimos en la casa de un mauritano que alquila habitaciones, pasamos la noche con él y él también prepara la cena; siempre es agradable conocer a los lugareños y sus costumbres, porque es una experiencia auténtica.
A la mañana siguiente salimos temprano, tenemos que cruzar la frontera hacia Senegal y no queremos encontrarnos en la situación del día anterior. Tomamos la pista de Diama, 80 extraordinarios kilómetros de camino de tierra que pasan por el Parque Nacional Diawling; tienes que comprar un billete de entrada al parque que cuesta 7 euros y luego te encontrarás en plena naturaleza con animales que caminan tranquilamente, ¡cuidado con los jabalíes que cruzan la carretera! La frontera al final del Parque es más fluida que la del otro día y en 1 hora aproximadamente salimos de Mauritania y entramos en Senegal.
Vamos muy animados, vemos que el paisaje vuelve a cambiar, después del desierto por fin aquí hay mucha vegetación; llegamos a Saint-Louis y notamos la diferencia con Mauritania, aquí hay música, color, alegría, es una ciudad que te conquista y donde puedes respirar el verdadero sabor de África. Nos encantaría quedarnos aquí otra noche, pero nuestra misión nos llama, de hecho nos llaman por teléfono para decirnos que mañana tendremos que hacer un desvío al centro de Senegal por cuestiones relacionadas con la donación de la moto; tendremos que dirigirnos hacia la prefectura de Tianabà, así que no podremos ver Dakar tal como habíamos planeado.
Este también es un día ajetreado, viajamos muchos más kilómetros para volver luego a nuestra carretera y acercarnos en lo posible a la frontera con Gambia. Llegamos a nuestro destino a las 10 de la noche, estamos agotados y lo único que queremos es acostarnos.
Al día siguiente nos espera la travesía de Gambia, para llegar por fin a Casamance a CasaBio, nuestra meta, un centro de formación en agroturismo y granja educativa. Nos habían aterrorizado hablando del cruce de Gambia, alegando que era una frontera muy corrupta, nos habían aconsejado que pagáramos y chitón y que podría suponer muchas horas de espera; nosotros, por otro lado, tal vez porque vamos en moto o tal vez porque no formamos parte del contexto, solo conocemos a gente agradable, todos nos paran para conocer nuestra historia, nuestro viaje y nos desean lo mejor. Gambia es el país más pequeño de África continental y es un enclave de habla inglesa, para nosotros es extraño después de tantos días de francés cambiar de repente al inglés, pero solo encontramos gente amable.
En Casamance estamos en plena sabana, la carretera comienza a ser accidentada, nos encontramos constantemente con obras, están construyendo la carretera principal, pero hay desvíos y siempre regresas al camino de tierra roja, que se levanta y te envuelve en el polvo. Se trata de un camino de tierra lleno de baches y fresado recientemente, y las vibraciones no dan tregua; este es el camino más duro que hemos encontrado, además aquí vuelve a hacer calor y humedad.
Paramos para descansar, para el almuerzo solo tenemos algunos mangos que le compramos a una señora con un tenderete en el camino, pero son verdaderamente deliciosos. Miramos a nuestro alrededor y estamos bajo un gigantesco baobab, en medio de la sabana, los monos trepando por las ramas y parecemos estar en un documental de los que vemos desde el sofá de casa, pero todo es verdad y estupendo.
Llegamos a CasaBio, casi en la frontera con Guinea-Bissau, muy tarde en nuestra hoja de ruta, y esperándonos solo está Francesca, la referente italiana del proyecto. Sigue siendo una emoción increíble, nos enseña todo y luego nos acompañan por la noche a un albergue cercano, ¡en coche! Es la primera vez que dejamos la moto y estamos francamente contentos de que nos transporten un rato.
A la mañana siguiente vuelven a recogernos para regresar a CasaBio y aquí estamos para finalizar la misión. Ver nuestro proyecto realizado y mirar directamente a los ojos de las mujeres que se beneficiarán de él es el momento más importante de todo el viaje. Percibir el resultado de nuestros esfuerzos, el tesón, el trabajo que habíamos hecho en casa, es una gran satisfacción y sobre todo la felicidad de estas personas llena nuestros corazones de alegría.
Nos quedamos con ellos a almorzar, cocinan para nosotros, nos cantan canciones tradicionales y bailamos juntos: es un día mágico. Cuando visitamos el pueblo donde viven y también nos encontramos con los niños, entendemos que esto no termina aquí; nosotros volveremos. Hay mucho que hacer y después de ver las condiciones en las que viven no podemos hacer la vista gorda.
Nuestra aventura está llegando a su fin, es la última noche aquí y nuestros corazones ya lloran. Tendremos que volver a Dakar, donde dejaremos la moto y tomaremos el avión de vuelta a Italia. Al día siguiente, pensando en todo el camino que hemos recorrido hasta aquí, las imágenes de Marruecos, el desierto, las dunas interminables, la sabana y la aldea fluyen por nuestras mentes y a regañadientes nos dirigimos hacia Dakar, donde nos espera Carlo, un voluntario de Niños en el Desierto que se queda con la moto y nos acompaña al aeropuerto.
¡Adiós Senegal, adiós África! Esto no es un adiós, es un hasta la vista.