Aficionado a las motos y a los viajes, me encanta conocer a gente en Francia y en el mundo entero. Un día encontré la alquimia para combinar perfectamente estos tres elementos: contar historias. Ya sea escribiendo libros, escribiendo en una red social o haciendo vídeos para YouTube, soy ante todo un narrador.
¡Vaya, otro callejón sin salida! Ya son quince con este. ¡Por no hablar de las calles de una sola dirección y de las obras en la carretera! A decir la verdad, la culpa es mía. Ah, no os lo dije ayer: ¡me puse en marcha para hacer el Tour de Francia! Bueno, en realidad, no. No es la competición que reúne al mayor número de espectadores del mundo (¡gratis!), sino MI Tour de Francia. O sea, el VERDADERO Tour de Francia.
O mejor dicho, el Contour de Francia (es decir, el perfil de Francia). Bueno, llámalo como prefieras, me vale cualquier cosa (me gusta perfil, Contour de Francia, porque al fin y al cabo contiene el Tour de...). Sí, porque es fácil de decir: estoy haciendo el Tour de Francia en moto. Con trazar una línea es suficiente Lille/Cherburgo/Brest/Biarritz/Narbona/Niza/Annecy/Estrasburgo/Lille. Solo 3.752 km y ¿quién dice miedo? Pues ya está. Lo comprendes, ¿no? ¡Todo en 48 horas! Sí, pero no.
No, porque, si te fijas bien, obtienes un mapa de Francia bastante aproximado. Mal dibujado. Y lo que yo quiero es el verdadero mapa de Francia. El que no pasa por alto los detalles y te regala un viaje turbulento pero armonioso. Y aquí es cuando el plan se desmorona. Me dije (sería mejor que dejara de hablar solo): «¡No tienes que hacer un Tour de Francia, sino un Contour de Francia!» ¡No sé por qué no se me ocurrió antes! ¿No?
¡Tampoco tendría que ser demasiado complicado! Vamos a hacer un cálculo rápido: Francia tiene 3.417 km de costa + 2.913 km de fronteras terrestres. O sea, aproximadamente 6.330 km. Solo que ninguna carretera coincide perfectamente con esta ruta. Una noche que no tenía nada que hacer (seguro que no me volverá a pasar), me puse frente a mi software de cartografía BaseCamp con el mapa de Francia. E hice zoom. A tope.
Como un tonto. Hice zoom para encontrar el departamento más pequeño, o mejor dicho, la carretera vecinal que siguiera más de cerca las fronteras, el Atlántico o el Mediterráneo. Y seguí el recorrido sin hacer nunca (o casi nunca) trampa. Durante horas y horas. Cuando terminé el tour completo (de Francia y de mi estupidez) hice clic en el layout final, que representaba un hermoso mapa de Francia. Estas fueron las estadísticas:
- 8.139 kilómetros
- 193.302 puntos GPS
- Altitud mínima: 7 metros
- Altitud máxima: 2.706 metros
- Desnivel positivo acumulado durante el viaje: 144.314 metros
No está mal, ¿verdad? Y tú me dirás: Pero, ¿cuándo se te ocurren esas tonterías? No sé. Seguramente, es un talento innato. El talento de ser tontos. Rara vez se puede trabajar con este tipo de talento: es un don del cielo, de la providencia, ¡que hay que saber aprovechar! Así que hice las maletas y las cargué en la hermosa Honda NT1100, cuyo cuentakilómetros solo marcaba 1.100. Me dije que para una misión tan ambiciosa necesitaba una moto que fuera resistente y fácil de manejar. Una moto con todas las credenciales: Cruise Control, manillares calefactables, control de tracción, DCT (calma, te juro que funciona estupendamente), y me puse en marcha. Sí, pero, ¿hacia dónde?
No vivo junto al mar, ni en la frontera. Viniendo de París, tenía muchas opciones. Y por eso precisamente me metí en problemas. Sobre todo porque en toda Francia el pronóstico del tiempo era muy malo. La mejor solución era llegar a Le Havre, pero el clima parecía más clemente alrededor de La Rochelle. Así que seguí mi instinto (absolutamente ninguno) y puse rumbo a La Rochelle, donde llovía a cántaros.
Después de todo, la autopista es tan aburrida como la lluvia. Si tienes la suerte de toparte con ambos, como yo, ¡es la combo perfecta! Maté el tiempo, para que no me matara a mí. De hecho, en la autopista encontré una excelente diversión: jugar a «sáltate la gasolinera» o a la «ruleta rusa de las gasolineras», lo que prefieras. Las reglas son fáciles: apunta a la próxima gasolinera, la que está después de la gasolinera donde la lógica y el indicador de gasolina normalmente te indicarían que repostaras, pero antes de que sea demasiado tarde y tengas que pararte en el arcén. El suspense va aumentando, al igual que la ansiedad y el miedo. Te harás muchas preguntas, te arrepentirás, conducirás a 110 detrás de un camión rezando para que el indicador, que marca cero, esté funcionando mal.
Verás, es una manera estupenda de pasar el tiempo. Y porque a la NT1100 también le gusta jugar a esto. Con el depósito vacío,en más de 320 km le di de beber algo más de 21 litros. Una autonomía consagrada y el apetito de un pajarito. También aproveché para probar el cruise control, porque más adelante, fuera de la autopista, no iba a poder utilizarlo durante 8.000 kilómetros. Los 130 km/h de GPS se consiguen conduciendo a los 140 indicados. Una previsión algo optimista, pero eso me gusta: el optimismo en sí, pero también el de ver 140 en el velocímetro cuando en realidad vas a 130. Todos los fabricantes deberían añadir esta opción al tablero: indicar la velocidad que conviene en letras grandes (240, por ejemplo) y, en letras más pequeñas, la velocidad real (130). Para no aburrirse en la autopista. A fuerza de pensar en estas cosas tan inútiles, dejé La Rochelle Sud y puse rumbo al pequeño pueblo de Boucholeurs. ¡Y aquí es donde el plan se vuelve a desmoronar!
Sí, porque el software de mapas BaseCamp no es un GPS de carreteras: le dices las carreteras o caminos (no hay distinción) que quieres recorrer, pero no le importa un pepino si son de una sola dirección. Como de las obras en la carretera. ¿Y el resultado? A menudo hay que comprender la situación in situ. ¡Ah, una carretera de una sola dirección! Hago zoom en mi GPS y me digo que si la tomo desde allí, al cabo de dos kilómetros tendré que tomar el camino que me lleva hacia el mar. ¡Genial!: es como el juego de la oca. Solo que así sumo otros kilómetros a los 8.000 que había previsto. ¡Y aún no he llegado!
¡Nunca estamos a salvo de la tentación! Tras bordear en lo posible el Atlántico, al sur de La Rochelle, mi moral sufrió un duro golpe. Con todos estos callejones sin salida y cambios de sentido, estas zonas residenciales... empecé a pensar que mi Contour de Francia iba a ser un calvario. Y con la moral baja haces cosas terribles. Me espabilé un poco entre Moëze y la hermosa ciudadela de Brouage, en un camino sinuoso en medio del pantano, pero enseguida volví a caer en la monotonía tan pronto como los dejé atrás.
Así que cuando llegué a Royan, ¡ya puedes imaginarte lo que pensé! Sobre todo porque estaba ahí, justo ahí, frente a mis ojos. Blanco y azul, que se burlaba de mí. Encima ponía «estuario». ¡Eso se lo traga y lo escupe todo! Motos y bicicletas, turismos, furgonetas, campers, camiones, contenedores, maquinaria agrícola y hasta convoyes excepcionales. Para ser exactos, devora 1,3 millones de pasajeros, más de 440.000 vehículos y 50.000 bicicletas al año. Así que mi NT1100 no habría marcado mucho la diferencia.
¿De qué estoy hablando? Del ferry que une Royan con Le Verdon-sur-Mer, al otro lado del estuario del Gironda. Sale cada dos horas, 7,50 € y nadie se hubiera enterado. ¿Quién iba ir a saberlo? ¡nadie! Hubiera ganado todo el territorio que rodea el estuario: ¡kilómetros y tiempo muy valiosos!
Entonces tuve una explosión de orgullo o de honradez. Pues, sí. Así que eché gasolina y puse rumbo a Burdeos. Puede que no lo sepas, pero cerca de allí se encuentra el estuario más grande de Europa. 75 km de largo, 12 km de ancho y 635 km2. Al principio me encontré con el pueblo de Talmont-sur-Gironde, un pueblo amurallado con su propia iglesia en un acantilado. Justo enfrente, los acantilados de Caillaud. ¡Maravillosos! Un poco más adelante, las viviendas trogloditas de Merschers, antiguos escondites, refugios e incluso las guinguettes. Estaba lloviznando, pero al menos empecé a oler el perfume de la aventura. Mi relación con el GPS ha ido mejorando. Al final me ha conquistado y ha aprendido a entenderme. Allí, al final del asfalto, un camino de grava. Pero solo al principio, luego se convirtió en una hierba muy alta, fresca y húmeda. Un verdadero problema, con los neumáticos de carretera.
Sin embargo, casi prefiero enfrentarme a los problemas que al aburrimiento, y la situación me dejó probar las capacidades del NT1100. Sí, ya lo sé, tal vez suene a locura. Pero no entiendo si la moto está bien equilibrada cuando el velocímetro marca 240. Más bien lo entiendo con el dron en el aire, una mano en el manillar en el acelerador y la otra ocupada sujetando el mando a distancia del dron. Un ojo en el dron y el otro en el camino. Bueno, con este pequeño juego pude superar el aburrimiento, ¡aunque corrí un buen riesgo!
Pero a velocidades muy bajas, la NT1100 mantiene un buen equilibrio y nunca te deja sentir su peso. Con una sola mano, utilizando el cambio DCT, y controlando la velocidad con el freno trasero, se puede conducir con una facilidad desconcertante. De hecho, hacía mucho tiempo que no conducía una Honda y experimentaba esta sensación de perfección y control total.
Estallé de felicidad cuando mi dron se estrelló contra la Honda NT1100. Me olvidé de que en el modo de seguimiento rápido, todos los sensores de obstáculos están desconectados. ¿El resultado? En el cruce con otro pequeño camino, cuando desaceleré un poco, mi dron se estrelló contra el baúl. Tenía una sonrisa de oreja a oreja, la felicidad irradiaba dentro de mí, me inundaba. Por fin algo inesperado, allí, ¡en pleno pantano! Volví al camino, evité Burdeos y me dirigí al norte, al otro lado del estuario del Gironda.
En el corazón de los viñedos de Burdeos se encuentra Saint Estèphe, Margaux, «el viñedo más famoso del mundo». Vale, no lo dudo, pero de ahí a mostrarlo a bombo y platillo en la entrada del pueblo... ¡no sé! El que se alaba a sí mismo engaña, ¿no? Continué hacia Bégadan y todos los pueblos siguientes, iluminados por un faro marítimo óptico rojo brillante y verde colocado a su entrada. Fantástico. Sobrio y auténtico.
Pero entonces pasó algo extraño. Te lo cuento: siempre conduzco con dos GPS. Uno para seguir la carretera y el otro para comprender lo lejos que estoy de mi destino nocturno. No los utilizo por ansiedad ni por miedo a perderme, sino para intentar aprovechar el tiempo que tengo. ¡No olvides que filmo y tomo fotos al mismo tiempo, y que tengo que seguir a un ritmo bastante apremiado para no volver el año que viene (tengo un trabajo, eh)! Entonces, los dos GPS me ayudan a saber más o menos dónde estoy en mi agenda del día. Pero allí, en la distancia que me separaba de Biarritz, vi aumentar los kilómetros de forma espectacular. Ah sí, porque en mi bajada hacia el sur de repente iba subiendo hacia el norte.
Al llegar al extremo norte, la Pointe de Grave (grave en verdad, nombre que describía a la perfección mi estúpida aventura), el cuentakilómetros marcaba 323 km. Acababa de recorrer 323 kilómetros alrededor del estuario del Gironda, todo en ocho horas. 323 km para alejarme del sur y encontrarme allí, cara a cara con el diablo tentador: el ferry que une Le Verdon-sur-mer con Royan en 20 minutos. Pero yo estaba encantado. Ese día fue una verdadera revelación para mí.
Sinceramente, después de 20 años recorriendo todas las carreteras de Francia para probar y comparar motos, nunca se me habría ocurrido dar la vuelta al estuario del Gironda. ¿Por qué? No sé. Antes tenía que tomar muchas fotos muy específicas. Encontrar la curva perfecta para pasar con un grupo de cinco motos una al lado de la otra, llevar estadísticas, comunicar detalles, etc. En resumen, sacar fotos con estilo.
Entonces, solía ir a lugares seguros, donde era fácil tomar buenas fotos: en el peor de los casos, el Morvan. O mejor aún, el macizo central. ¿El lujo? Sudeste de Francia o los Alpes. Pero había que tener tiempo. No ibas a perder tiempo en recorrer el estuario del Gironda. ¡Qué lástima! Te juro que vale la pena. Al final de este viaje, compartiré contigo la pista gpx (una pista horrible, eh, con todos sus fallos e inversiones), para que también puedas probarla.
Salí del estuario del Gironda con una sonrisa. ¿Sabes lo que me gusta? Que así también repaso la geografía: una asignatura que no me gustaba nada de niño. Pasen los cuatro ríos más grandes de Francia, pasen las principales cadenas montañosas, pero ¿por qué molestarme con el estuario del Gironda, cuando todo lo que me importaba era montar en moto al salir del colegio? En realidad, enseguida entendí que quedándome mucho tiempo en el colegio y arrastrando (creo que es la palabra que más encaja) los estudios hasta licenciarme, hubiera tenido tiempo para montar en moto. Sé lo que algunos están pensando: quién sabe cuánto dinero tiene, qué snob, qué hijo de papá. En cambio, trabajaba, hacía trabajos precarios para SNCF, la compañía ferroviaria, y solicité préstamos estudiantiles que gasté en neumáticos y gasolina. Nada de hijo de papá.
Pero lo más curioso es que fue precisamente la moto (y mi amor por los viajes y la aventura) lo que hizo que me interesara por nuestra hermosa Francia y sus regiones. A este respecto, tengo que hablarte de otra curiosidad: la cuenca de Arcachón. El faro de Cap Ferret con sus 258 escalones, la Isla de los Pájaros, las cabañas «tchanquées», que toman su nombre de los palafitos de los pastores en dialecto gascón. Sin embargo, para visitar todo esto hay que bajarse de la moto, y reconozco que lamentablemente no tuve tiempo. Terminé la vuelta de la cuenca en dos horas y fui a ver a mi amigo Laurent, que tiene una buena tienda de motos en La-Teste-de-Buch. Olli Motorcycle (OLLI): One Life, Live It. Aficionado a la Ducati Paso, 888, GSXR 1100 aire-aceite, su taller destila pasión y eclecticismo. Es otro de los que han revolucionado su vida, dejando un trabajo de responsabilidad en el sector de la automoción para vivir de su afición.
Después de tomar un café, salí para hacer la travesía de las Landas. Ahora mide mis palabras, no te dejes condicionar demasiado. ¿Las Landas? Tramos rectos, pinos, zonas residenciales, residencias de ancianos (solo estoy describiendo, eh: ¡me alegro si nuestros mayores se divierten junto al mar!) y restaurantes. Hay olor a arena cálida, vacaciones, amor adolescente, bolos, aperitivos, pero en cuanto al placer de conducir... Las pequeñas perpendiculares que te llevan al mar son excepciones, como la que va a Saint Girons o la que atraviesa el bosque de Moliets-et-Maa. ¡Ves que hago todo lo posible por seguir la maldita costa atlántica! Aunque la cuestión sea puramente psicológica, con Biarritz me parece que he conseguido mi primer hito: uno de los ángulos de Francia. Allí recogí a Marie, mi mujer, para cruzar juntos los Pirineos en la NT1100.
Al verme seguir la costa con la mayor cercanía posible, bordeando todas esas circunvalaciones, sorteando todos los puertos (San Juan de Luz, Bayona, Hendaya), volviendo atrás en cada frontera con España, creo que pensó que había perdido la cabeza. Como cuando le dije la primera noche que acabábamos de recorrer 229 km, ¡considerando que solo estábamos a 69 km del punto de partida de esa misma mañana! Hubo un momento de silencio mientras buscábamos en el mapa el punto al que ir el domingo por la noche, Perpiñán.
No recuerdo exactamente, pero creo que se lo «vendí» como un buen fin de semana en el único lugar de Francia que no se vería afectado por la tormenta Diego. El viernes no fue mucho mejor. Tuvimos que superar algunos obstáculos en una carretera afectada por un deslizamiento de tierra cerca de Estérençuby, en el País Vasco. Pero ayer el clima resultó horrible, como mis planes.
Probamos suerte por el lado de Iraty: cerrado. También pasamos (ya lo sé, otra mala idea) a través de algunas bonitas zonas nevadas y también nos topamos con una ventisca. Descendimos al valle, y, a partir de ahí, cualquier intento de cruzar el puerto resultó infructuoso, a costa de innumerables desvíos. ¡412 kilómetros de caminos estrechos en 9 horas y 33! Una pesadilla.
Para devolverle la dignidad a mi pobre cerebro y ganar algunos puntos, invité a mi mujer a cenar en el castillo de Tarascon-sur-Ariège. Le volví a hablar sobre mi concepto «Contour de Francia». Entonces, me miró fijamente. «¡¿Contour de Francia?!» ¡Nunca sé cuál es la técnica más oportuna! ¿Contar las cosas con crudeza o arroparlas con poesía? Por ejemplo, yo prefiero decirme que estoy haciendo cabotaje terrestre que gilipolleces!
Hablando de poesía, conozco gente que no duda en escupir frases sin siquiera masticarlas, como: «¿Por qué tantos puntos de GPS cuando con un mapa era suficiente?». Soy fan de los mapas: sobre todos los de escala 1/25,000, donde puedes perderte en los caminos más pequeños. ¡Pero dada mi misión, necesito 100 mapas! Cuando podamos sacar un beneficio real, hemos de dejar de luchar contra el progreso como una mera cuestión de principios.
Con Marie lo intentamos, una y otra vez. Me hubiera gustado dibujar un perfil de Francia bien cincelado, perfecto, de arriba a abajo, pero hay que enfrentarse a la dura realidad. Es demasiado pronto para cruzar todos estos puertos y permanecer en lo posible cerca de la frontera para mi Contour de Francia. Bueno, tampoco lo estamos haciendo tan mal. Recorrimos 950 km, donde 456 serían suficientes para llegar a Collioure desde Biarritz.
Empezamos por acercarnos al máximo a la frontera española: San Juan Pie de Puerto, Hendaya e Irún. Por error, crucé a España. Vamos, ¿tendré derecho a un comodín en este juego tan estúpido? Entonces, empezamos a ganar algo de altura. Ascain, Sara, Ainhoa, Espelette, Saint-Étienne-de-Baïgorry y Aldudes. Cómo me gusta el País Vasco. Todo es diferente allí. La arquitectura de las casas, con su rojo contrastando con el verde brillante de la naturaleza. Gente acogedora, sencilla e inigualable, es imposible no hacer amigos…
El viaje continúa a lo largo de los Pirineos, los Alpes, luego hacia el norte a lo largo de la frontera alemana y hacia Bretaña. Sigue leyéndolo aquí: Viaje alrededor de Francia con Lolo Cochet, parte 2: desde la frontera española hasta Bretaña