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    Un viaje insólito pilotando una BMW R18 Transcontinental

    Por Laurent Cochet | 07 junio 2022 | 1 min
    Moto: BMW R18 Transcontinental
    Kilometraje: 4.500 km
    Dificultad: caminos fáciles, pavimentados y abiertos a todos
    Duración: 14 días
    Época del año: marzo, pero preferiblemente a partir de mayo
    Tiempo: mayormente soleado, con dos días de lluvia
    Temperaturas: con 0° en altura en las montañas corsas, a 20° en la costa
    Equipamiento básico: Chaqueta y pantalón cómodos tanto para el frío como para el calor. El traje Antartica ha demostrado ser increíblemente eficaz en estas condiciones. Sus insertos de neopreno impermeable en las muñecas y los tobillos me protegían de las inclemencias del tiempo. Una mención especial también para la chaqueta de forro polar, que es muy cálida y puede usarse sola como chaqueta de noche. Las manoplas calefactadas me permitieron utilizar guantes ligeros.

    Laurent Cochet

    El Autor

    Aficionado a las motos y a los viajes, me encanta conocer a gente en Francia y en el mundo entero. Un día encontré la alquimia para combinar perfectamente estos tres elementos: contar historias. Ya sea escribiendo libros, escribiendo en una red social o haciendo vídeos para YouTube, soy ante todo un narrador.



    En un momento histórico en el que todo el mundo se dedica al trail riding. En un momento en el que todo el mundo busca el mejor neumático todoterreno para afrontar los senderos más embarrados. En un momento en el que todo el mundo publica fotos y vídeos en las redes sociales de sus mejores rutas todoterreno. En este momento histórico, quiero llevarte a otra parte. A seguir otra pista. Una pista clara, bien trazada, que hoy parece desierta e incluso olvidada. 

    De hecho, más que llevar, creo que es mejor decir «volver». Volver al aspecto epicúreo del viaje. ¿Te acuerdas, el confort? Sí, ya lo sé: parece algo de otra época. 

    Eso que todo el mundo pedía a toda costa a una moto hace apenas 10 años. No notar la presión del viento, no tener dolores en la zona lumbar y en los brazos porque el manillar es demasiado así o en las piernas porque las estriberas son demasiado asá. Etc, etc. etc. Lo que llevó a realizar motos increíbles como la K1600GT o la R1250 RT. ¿Os imagináis la cara de los ingenieros cuando, tras devanarse los sesos para obtener especificaciones tan precisas y de tan alto nivel, se han dado cuenta de que ahora la sencillez y las privaciones (casi) están de moda? 

    Entonces, por un momento, ese momento que es suficiente para un road trip, he querido volver al aspecto epicúreo del viaje. Después de todo, no a todo el mundo le gustan los caminos de barro y tierra en todas las ocasiones. Todo lo contrario. Así que hablaré de comodidad, hospitalidad, buena vida, protección y, por qué no, hasta de música, sin exagerar. Para mi Road Trip, me fijé en la moto más escultural y fenomenal del mercado: la BMW R18 Transcontinental. 

    La BMW R18 Transcontinental por el Sentier des Douaniers, el punto más septentrional de Córcega
    La BMW R18 Transcontinental por el Sentier des Douaniers, el punto más septentrional de Córcega

    427 kilos con el depósito lleno, 203 kilos de carga útil. 1802 cm3, 16 kgm de par, 1695 mm de distancia entre ejes, una pantalla TFT que es mejor que un televisor curvo 8K. Una distancia entre ejes de 1,69 m, largo total de 2,6 m, tapicería de piel y sistema de sonido Marshall. Teniendo en cuenta todas estas comodidades... Esta sí que es una moto, ¿verdad? Pero, ¿qué he de hacer con mi Transcontinental? ¡Con un nombre tan evocador, me lo he estado preguntando durante mucho tiempo! ¿América, Antártida, Oceanía, Asia? No es fácil en este momento. 

     

    Una travesía continental... a Francia 

    Luego, curioseando por ahí, me enteré de una cosa. «Un continente es la mayor de las subdivisiones con que se dividen las tierras emergidas de la corteza terrestre», dice mi amiga Wikipedia. Las islas vecinas están unidas a estas. ¿Ah, sí? ¿En serio? Así que fui a ver la definición de isla (no, no me conformo nunca). «En el sentido común o científico, las islas no forman parte de los continentes porque su territorio no es una continuación del continente. Por lo tanto, generalmente se las considera pertenecientes al continente al que están más cerca». ¡Ya lo sabía! Estaba seguro. ¡Las islas son continentes! ¡Es solo por comodidad o pereza que no las consideramos en ese sentido! 

    Así que, unilateral e incuestionablemente, he decidido llevarte conmigo en mi viaje transcontinental personal. Me seguirás durante un largo camino, entre agua, isla... o mejor dicho, diferentes «îles» (islas).  

    He buscado. Un poco. En todos lados. No muy lejos de donde trabajo están Île Saint-Germain, Île Monsieur, Île de la Jatte, Île des Impressionnistes, Île Saint-Louis. Todas sobre el Sena. Todas se pueden recorrer en moto. Un poco más adelante también está la Ille-et-Vilaine. Se pronuncia como la palabra «île» (isla), pero no es una isla.  

     

    Una moto nacida para largas distancias 

    Y así me escapé. Salí de Île-de-France para tomar la autopista A13. Pensarás que lo he probado todo en la vida, pero en realidad mi R18 me ha maravillado por partida doble. La primera fue cuando la velocidad empezó a bajar mientras conducía tranquilamente a 130 con el control de crucero... El control de crucero adaptativo acababa de activarse debido al vehículo que iba delante. La moto tiene un modo de intervención «confort» y otro más dinámico. Eficaz. La segunda sorpresa fue cuando toqué por error el botón de las luces largas. Todo a mi alrededor se iluminó: pensé que un A380 estaba aterrizando sobre mí, porque nunca había visto una luz como esa. Lo admito: toda esta modernidad de golpe me desorientó. 

    Mantuve el control de crucero en 130, que son 2800 rpm. Sí, has leído bien. Este enorme motor tiene el corazón de un corredor de maratón. Camina con pasos largos y tranquilos, se toma su tiempo. Entonces cayó la noche. Ajusté las asas calefactables con la intensidad de tres bolitas y ya está. 

    Jugué con la cartografía del motor. El modo Rain casi es inútil, porque te roba el estruendo saludable y fascinante del Big Boxer. El modo «Roll» es mucho más agradable. En cuanto al modo «Rock», es pesado, con un estruendo fascinante y un reprise increíble para mover 420 kilos de moto además de 75 de piloto. Como los niños, en cuanto tengo un juego, enseguida busco otro. ¿Por qué no? Al fin y al cabo... Hay un pequeño indicador en el tablero que se llama «Power Reserve». 

    Un pequeño homenaje de BMW a la marca Rolls-Royce (en los Rolls, el Power Reserve es el indicador de máxima potencia que sustituye al cuentarrevoluciones). La Power Reserve indica el % de potencia restante en el momento T. ¿Para qué sirve? Para nada. Pero es imposible no jugar con él con una enorme y estúpida sonrisa en la cara. Está ahí para entretenerte. En modo Rain. En modo Rock. ¿Qué pasa si voy a toda velocidad? ¿Y si escalo de marcha? ¿Y si subo de marcha? Tantas preguntas filosóficas (a las que se puede responder, a diferencia de la filosofía) que son suficientes para hacerme estallar de felicidad. Dirás, te conformas con poco... Es verdad, y ¿qué pasa? 

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    Tierras olvidadas 

    Hubiera podido llegar al fin del mundo, pero te recuerdo que estaba buscando otro continente, cuando... vi un cartel que indicaba que estaba «cerca de la Île du Cotentin». Cerca, cerca... ¡Tienen un extraño concepto de «cerca»! La estuve buscando por todas partes. De verdad, por todas partes. ¡Hasta Saint-Vaast-la-Hougue, que fue elegido como municipio favorito de los franceses en 2021! Bueno. Será. Si lo dicen ellos. Pero en Francia, ¿quién conoce el Cotentin? Te lo digo yo: nadie. Es ese trocito que los estudiantes franceses siempre se olvidan de dibujar cuando, durante la lección de geografía, el profesor les pedía que trazaran el perfil de Francia. 

    Eso no significa que al crecer te deshagas de esta ignorancia. Por el Cotentin no pasas por casualidad. Has de tener muchas ganas de ir. Es un capricho, porque al fin y al cabo no hay nada y tienes que volverte para atrás. Por eso, si vas allí, siempre tiene que haber una razón. Sin embargo, con su pintoresco puerto, su tienda de comestibles Gosselin y sus torres Vauban, Saint-Vaast merece realmente una visita. Apagué el motor a las 9 de la noche, me instalé en una pequeña posada, dormí como un lirón (me molesta esa expresión porque me los imagino jugando en el desván, ¡sin dormir!) y me levanté temprano al día siguiente para ir a la isla de Tatihou. 

    Ah, no te lo he dicho. Al entrar en Saint-Vaast, justo detrás del gran cartel de «municipio favorito de bla, bla, bla», había otro que decía «Île de Tatihou». Y entonces, se despertó mi imaginación. Tatihou, Tahití... Se parecen, ¿verdad? Las islas, sin embargo, pueden ser sinónimo de dos cosas: vacaciones o infierno. Lo segundo corresponde a Tatihou. Tatihou había sido una zona de cuarentena para tripulaciones procedentes del Mar del Norte durante la peste, un campo para prisioneros de guerra alemanes durante la Segunda Guerra Mundial y un centro de reeducación para adolescentes con problemas. Como solo puede accederse a ella con la marea baja, pasando por parques de ostras, todos los adolescentes que se escapaban eran rápidamente localizados y vueltos a capturar. Comprenderás que no podría sentirme atraído por un lugar tan tranquilo. Y así fue como por fin elegí mi primera isla, mi primer continente, para viajar con mi BMW R18 Transcontinental. 

     

    Pero, desafortunadamente, no está permitido ir hasta allí con un vehículo motorizado. ¡Qué absurdo! Tal vez porque nunca han tratado de hacerlo. Me hubiera gustado ser el primero. Si te lleva allí un barco de ruedas anfibio, ¿por qué no puedo ir con mi R18? Pero hay que saber perder.  

    A falta de isla y de continente, me dirigí a Réville y a su búnker repintado en forma de cocodrilo, con la boca abierta de par en par frente al mar. Y luego: Barfleur, el faro de Gatteville, el Anse du Brick y su pequeño bosque digno de Brocéliande, la rue du Nez y su presa golpeada por las tormentas, junto a la magnífica playa de Nacqueville y las casas con encanto victoriano, el faro de Goury, el puerto de Racine, el puerto más pequeño de Francia, las dunas de Biville... Hazme caso: ¡no vengas! A lo mejor te gusta y la región se vuelve turística. Sería una pena. 

    Frente al mar, al abrigo del viento entre dos dunas, me comí una docena de ostras de Saint-Vaast y eché un vistazo al menú. De acuerdo, me falló lo del descubrimiento de los continentes, pero aún me quedaban un montón de recursos. Ya eran las 8 de la noche, Nantes (mi próxima parada) solo estaba a 366 kilómetros, que son 3 horas y 40 minutos. Con la punta de los dedos, giré la ruedecilla del salpicadero, me puse a escuchar la música de Jack White, puse la sexta marcha y disfruté de ese momento, bien abrigado, mientras afuera hacía un clima de lo más sombrío.  

     

    Nuestro (el mío y el de la R18) primer continente 

    Ya está. ¡Después de la aplastante derrota de Tatihou en el Cotentin, por fin logré cambiar de continente con mi BMW R18 Transcontinental! Por fin pude llegar a un trozo de tierra. Île-d'Yeu 

    ¡No tenía nada que ver con Ré, Oléron, Noirmoutier! Aquí no hay puentes y, por supuesto, tampoco mucho turismo. Al menos, en esta época del año. Yeu es una isla de 23 km2, con 5000 habitantes como mucho. Muchas carreteras pierden la pavimentación. Hay algunos miradores estupendos hacia el Atlántico. La única recta apenas permite engranar la tercera. 

    El faro de Port de la Meule, en la isla de Yeu. En la subida, también se puede contemplar la magnífica capilla de Notre Dame.
    El faro de Port de la Meule, en la isla de Yeu. En la subida, también se puede contemplar la magnífica capilla de Notre Dame.

    No hay ninguna gasolinera de grandes marcas y la Super 95 cuesta 2,50 euros. Todo lo que llega aquí viaja en el Insula Oya II, un barco mercante con encanto ochentero. Cuando alguien viene a Yeu, uno tiene la impresión de que va buscando algo: aislarse, hacer un balance de la situación, escribir una nueva novela, pintar un nuevo cuadro. O escapar por un momento de la locura del mundo. 

    Y tú dirás: pero ¿qué estaba haciendo allí un gamberro como tú? Y tienes razón. Por el cambio de aire, por la sensación de viajar lejos con mi Transcontinental, a una hora y cuarto solamente en un barco mercante. «La aventura» empieza a las 5 de la mañana en Nantes. No me quedaba tiempo para desayunar, pero la señora de la recepción no quiso darme pain au chocolat, con la pobre excusa de que había escogido el «Ibis Budget» y no el «Ibis Style». La avaricia no tiene límites. 

    El cielo estaba cubierto: arqueo un poco los hombros, bajo la cabeza y me dirijo hacia Fromentine, el puerto de embarque. A las 7 de la mañana, me indican que avance hacia la plataforma. Se abre una gran rampa en el costado del barco y me hacen señas para que suba a bordo. La rampa de metal es muy resbaladiza, así que procuro tener un buen agarre. Llego a un montacargas. 

    Desde lo alto de su mando, un tipo maneja el ascensor que me baja a la bodega. Ese mismo tipo engancha mi moto con un cuidado muy cuestionable. Subo dos tramos de escaleras. No hay ni un bar, ni un casino: solo viejos bancos de cuero marrón desgastado. Me apoyo en la bolsa y aprovecho para terminar la velada. 

    Te juro que me siento como si estuviera en un carguero cruzando el Atlántico. El dulce zumbido de los dos grandes motores AGO, con 2000 caballos por motor, me arrulla hasta quedarme dormido. Esta potencia sobrehumana pero plácida me recuerda a mi Transcontinental. Algunos dicen que esta moto pesa demasiado. Que una custom no es una moto. Que cuando te puedes permitir una moto así, no buscas una aventura, sino un hotel de lujo. Pero, parece que seguimos dividiendo las motos por categorías, ¿al igual que el mundo? 

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    Te invito a probar una power cruiser como la Transcontinental. Y no unos minutos: al menos una hora. 1800 cm2 alojados en dos cilindros. Dos pistones con un diámetro de 107 mm en una carrera de 100 mm pueden producir una sola sensación: un par motor graso y sucio. Si eso no te llama la atención, ya no me queda nada que decirte... En realidad, sí. Esto es lo que pesa esta bestia: 420 kilos. El único momento delicado es cuando hay que apoyarla en el soporte. 

    Un consejo: gira siempre el manillar hacia el bloqueo de la dirección, de lo contrario perderás el equilibrio. En cuanto la arrancas, la moto no pesa nada. ¿Y en las inversiones en U? Un pequeño freno trasero (difícil de activar, es una de las pocas cosas malas de esta moto), dos dedos en el embrague y un acelerón, y ella lo hará todo.  

    ¿El mejor comentario que he leído? «Con unos kilitos más, sería un coche». Lo cierto es que quienes conducen bien con un vehículo tan grande demuestran que dominan todos los principios en los que se basa la conducción de motocicletas. 

    El Insula Oya II hace sonar dos veces su «bocina de niebla»: la Île-d'Yeu está frente a mí. Empiezo despertándome despacito de mi entumecimiento. Me queda mucho trabajo para filmar y contar esta aventura, pero esta hermosa isla también me invita a tomarme algo de tiempo. La Amie Câline (una gran panadería en el puerto) está abierta. Estoy mirando un pain au chocolat gigante cuando el dueño, Benjamin, me dice: «Lolo, ¿qué haces aquí?». 

    ¡Figúrate! Aquí en la isla están tan convencidos de que están solos que no pueden entender que yo quiera visitarla. ¡Pero, es todo lo contrario! Charlamos y Benjamin me ofrece el pain au chocolat. ¡Gracias! Seguro que nos volveremos a ver. No es una profecía de Nostradamus: en una isla de 9,8 km por 3,9 km, es imposible no encontrarse con las mismas personas el mismo día. Varias veces al día. 

     

    Artistas y eventos inesperados 

    Me dirijo hacia la Pointe du But, el Caillou Blanc, el antiguo castillo, el pequeño Port de la Meule. Allí, en un camino de tierra (sí, la Transcontinental sabe lo que hace hasta en off-road) veo la silueta de un chico enfrascado en una especie de danza frente al mar, a merced del viento, frente a las olas que se rompen con fuerza en las rocas. No entiendo lo que está pasando. Me recuerda a un director de orquesta enloquecido que intenta dominar la fuerza de los elementos. No. Aguanta un pincel que, en realidad, bien podría ser una varita. 

    Con el pincel en el aire y girando sobre sí mismo, busca inspiración para la siguiente pincelada delicada que enriquecerá el cuadro que está pintando y que está en un caballete, frente a él. Guardo silencio. No quiero interrumpir este momento. Aunque el centro es muy residencial, la Île-d'Yeu realmente conserva algo mágico. Está llena de playas, senderos y acantilados desiertos. En el Marshall de mi Transcontinental, pongo Mumford y Suns (Holland Road - ¡no, no Hollande el presidente francés!) y empiezo a cantar. Mal, solo, como un loco. Esta isla tiene algo contagioso que, a diferencia del Covid, es intrínsecamente positivo. 

    Otra cosa: ¿estás buscando una manera de ahorrar tiempo? Yo la he encontrado. Una buena intoxicación alimentaria. No te preocupes, no pasa nada. Servir comida caducada desde hace dos años puede pasarle a cualquiera. Pero he perdido la confianza y en los últimos tres días casi no he comido nada. 

    Me marcho de la isla. Bajo a dormir a Rochefort, para darme cuenta después de que era mejor ir enseguida a Noirmoutier para filmar por razones de marea y de luz. Solo entonces vuelvo a Nantes a buscar mi cámara. Dirás, ¿y qué? En realidad esta parte es útil. De esta manera pude probar la comodidad de mi Transcontinental. La Transcontinental actúa como si no hubiera pasado nada: ya ha recorrido 2000 kilómetros (una persona normal habría recorrido poco menos de 1000) y me da la bienvenida con su impresionante asiento, la suspensión bien amortiguada y una posición de conducción majestuosa. Una pega es que, como en todas estas motos, la lluvia tiende a acumularse en el parabrisas, lo que puede resultar molesto cuando se circula de noche. Pero para eso no hay nada que hacer. Solo esperar y tener confianza... Aunque ya he perdido la confianza. 

     

    La Transcontinental para todo terreno 

    ¿Dónde estaba yo con mis islas? Ah, sí. Localicé la Île Madame. Un pequeño trozo de roca que surge del agua a pocos kilómetros de la isla de Oléron. Unos 900 metros de largo por 400 metros de ancho. Se accede a través del pequeño pueblo de Port des Barques, pero principalmente a través de un camino de arena y guijarros, conocido como Passe aux Bœufs. Con la marea baja, por supuesto, de lo contrario no sería una isla. Probé suerte con la Transcontinental. Luché un poco para no quedarme atascado en los primeros metros en una parte arenosa un poco más profunda al principio, luego recorrí el kilómetro que me separaba de Madame. 

    Sin ningún problema, es estable. Me dirás: pero, ¿por qué vas a esta isla por un camino inestable con una moto que pesa 400 kilos? Con una moto de trail, la tentación de acelerar un poco habría sido fuerte. Sin embargo, este lugar está superprotegido y apenas se toleran los vehículos. La isla es muy bonita, inspira paz y tranquilidad: un fuerte, un camping, una granja acuícola y, sobre todo, no hay nadie. 

    Sin embargo, cuando indagamos en la historia, nos damos cuenta de que nuestros antepasados no tenían la misma idea que nosotros de las vacaciones en la isla, o al menos no tenían la misma idea del turismo. Las islas antiguamente eran puestos de defensa o lugares punitivos. Por consiguiente, en la Île Madame hay un fuerte que formaba parte del sistema de defensa del puerto de Rochefort para proteger su arsenal militar. Pero Madame también -y sobre todo- es una enorme cruz de cantos rodados, que marca el lugar donde en 1794 fueron enterrados los sacerdotes que se oponían a la nueva Constitución del clero. A algunos comuneros parisinos también se les envió de «vacaciones» a Madame, seguramente para aprovechar el aire vigorizante del lugar y cavar un pozo de 20 metros de profundidad para sacar agua potable. 

    La isla es muy hermosa. Yo también me hubiera dejado atrapar por la marea para quedarme un poco más, pero reconozco que todas esas historias me dieron escalofríos. Así que me marcho y me dirijo hacia la Île de Noirmoutier. Después de Tatihou, Yeu y Madame, he de admitir que me estoy acercando al mainstream. Además, con sus puentes, Oléron, Ré y Noirmoutier inevitablemente sufrieron más la avalancha de turistas y segundas residencias. No es mi estilo, pero es así. 

    Las sublimes gargantas de Niolu en Cap Corse.
    Las sublimes gargantas de Niolu en Cap Corse.

    Pasaje del Gois 

    Pero tengo que hacer cosas en Noirmoutier. Ahí está su famoso pasaje del Gois. Estuve aquí hace diez años. El día anterior a chocar con mi moto en el puerto. Había tomado una foto estupenda de la marea que subía impetuosa, cuando salía del agua en el último momento con la moto. El destino quiso que esa foto nunca se publicara. Pero me gusta ese lugar y quería volverlo a filmar. 

    El Gois puede parecer una atracción para los turistas que buscan sensaciones un poco fuertes. La gente «normal» lo considera una maravilla de la naturaleza, forzada y violada por la mano del hombre. 

    Si actúas de forma racional y lo recorres en el momento adecuado, no hay ningún problema. Sin embargo, hay imágenes de vehículos arrastrados por la marea. Porque el Gois tiene 4,125 kilómetros de largo y, si no se tiene cuidado, en poco tiempo puede quedar cubierto por agua, que puede pasar de 1,30 metros a 4 metros de altura. Y la de hoy fue una de las mareas altas más bajas. Ayer no pasó nadie. Fui allí, miré y esperé. Mucho rato. En algún momento llegué a perder la esperanza. Cuando de repente... veo faros en medio del agua. Parecía un espejismo, una alucinación. 

    En medio del Gois, un vehículo parecía flotar, o mejor dicho, parecía cortar el agua. Imposible: ¡La marea estaba demasiado alta! Sin embargo, el vehículo se movía hacia nosotros. De este lado del Gois, todos nos quedamos boquiabiertos. ¿Qué podía ser? ¿Batman en su batmóvil? ¿Indiana Jones? ¿El monstruo de la Atlántida? No. Un simpático y grueso parisino en un Range Rover que había querido pasar. Justo en ese momento. Me imagino a su mujer gritando lo peligroso que era, mientras el marido le contesta que sería una estupidez no aprovechar ese cuarto de hora en vez de cruzar el puente con todos esos idiotas, y que las ostras que compraron en Rungis se iban a calentar en el maletero. Además, ¿para qué hemos comprado este 4x4, cariño? Evidentemente, me he inventado la historia entre marido y mujer, pero si hubiera hecho zoom en la escena con la cámara creo que hubiera podido distinguir la sonrisa satisfecha del hombre y las uñas de la señora incrustadas en la fina piel del bolso que descansaba sobre sus rodillas. 

    El coche salió del agua ante la mirada atónita de quienes transitan con frecuencia por ese tramo de carretera, y que esperaron un buen cuarto de hora más antes de aventurarse a salir. El horario era limitado, pero suficiente. Accioné el dron y le pedí que me siguiera a mí y al Transcontinental. A las 7 menos diez, la luz era la del atardecer. Era una vista magnífica, exactamente como me la había imaginado. En mi playlist encontré a los Waterboys, «I Wish I Was a Fisherman». En silencio, con delicadeza y al ritmo de esta especie de balada celta (el mar siempre me hace ceder a estas sugestiones) crucé el Gois, sereno, zen, al cabo de 10 años de aquella mala historia, en compañía de mi Transcontinental. Y fue estupendo, estupendo, ¡de verdad! 

     

    Por último, Córcega 

    Este increíble viaje por carretera ha tomado el rumbo inevitable a Córcega. Precisamente el lugar donde (sobre todo en este momento) no se deben hacer demasiadas preguntas, como por ejemplo: «¿Córcega es una isla independiente o está unida al continente europeo? ¿Es un continente independiente o no?». Me inclino por el no.  

    Cuando el transbordador Mega Express II desembarcó en la isla, lancé mi Transcontinental hacia las bases. ¡Sí, mis bases! En otras palabras, los lugares que conozco, los que te hacen sentir como en casa cuando viajas. Fui a Porticcio. Justo después de la «playa de plata». Giré a la izquierda hacia el antiguo penal de Coti Chiavarri. Esta carretera es muy popular entre los que conducen en Córcega, ya que a menudo se utiliza como prueba especial para los rallies. 

    Comienza bajo enormes eucaliptos que extienden sus ramas como sombrillas sobre el camino. Parece el norte de Portugal. El camino empeora bruscamente y sube hasta un cruce. La Transcontinental hace lo que puede. Es mejor no ser demasiado optimista. Pero después de una serie de maniobras (frenar, tomar una curva, acelerar para ajustar la suspensión y volver a acelerar), la Transcontinental supera satisfactoriamente la carretera, esquivando las cabras. Lo que me sorprende es el poco esfuerzo que hago para girar el manillar de un lado a otro. 

    Luego puse rumbo al sur: Propriano, Santa Lucia di Tallano, Levie, Zonza e, inevitablemente, el Col di Bavella. El camino que sube al cerro es muy bonito, pero se vuelve realmente hermoso cuando pasas al otro lado, al nivel de los rebaños. El tiempo es horrible, pero el entorno es muy sugestivo: una llovizna y volutas de nubes que corto con la moto. Algunos arroyos de agua que cruzan la carretera y las piñas que ruedan peligrosamente en medio de la calzada aumentan la intensidad de la conducción. A lo largo de las numerosas cascadas (Purcaraccia) y piscinas (Pulischellu), mi Transcontinental y yo nos deslizamos suavemente por la costa este, no sin ver un pequeño trozo de las agujas de Bavella entre dos nubes, como si nos hicieran un guiño para pedirnos que volvamos. 

    Todo genial, pero no es nada fácil hacer fotos. Y el pronóstico del tiempo no parece jugar a mi favor. La ventaja es que en Córcega siempre hay una solución. Parece que la situación es mejor en el norte. El norte, el norte... Ahora que lo pienso, es absurdo. Nunca he estado en el norte. ¿Por qué? Quién sabe. Tal vez es algo instintivo. Porque en Francia, cuando bajas al sur de París, ya no tienes ganas de volver a subir. Y pasa lo mismo en Córcega. Quizás también porque lo que conocía del sur era tan hermoso que no quería decepcionarme con el norte. Por estupidez o por simple pereza mental. Aunque me encanta descubrir cosas, también me puede pasar a mí. 

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    Entonces, a pesar de los 280 km recorridos, la Transcontinental y yo nos embarcamos en una escalada épica. Me dirás: entre el sur y el norte de Córcega solo hay 220 km y solo se tardan 4 horas. Sí, si pasas por la costa este. Pero no es divertido. Si pasas por la costa oeste, se tarda más del doble.  Un pequeño desvío a Solenzara, Porticcio, vuelta a Ajaccio, luego un pequeño desvío al Golfo de Lava para comer una magdalena de Proust y dormir en Cargese. Continuamos mañana. 

    Dormí en el hotel Saint Jean, al borde de la carretera. No es nada lujoso, pero la bienvenida es acogedora y el desayuno excelente. La mermelada de higos estaba buenísima. El pan era suave y tierno. Después de este lujoso banquete, me levanté y fui a mi habitación. Estaba contento de volver a montar la R18 Transcontinental. Hice las maletas, empaqué todo y volví a la recepción, donde la recepcionista me recibió de una forma sorprendente. «¡Usted es muy simpático! Siempre sonríe, por la mañana, por la tarde... ¡No cambie nunca!» me dijo. 

    Acepté el cumplido sin reservas y disfruté de él todo el día. Verás, ya lo sabía: la felicidad pertenece a los sabios. Hoy voy a descubrir Córcega. O mejor dicho, el norte de Córcega. Sí, hasta ahora nunca he subido más arriba de Porto. Tomé la carretera de Evisa para subir hacia el Col de Vergio, pasando por Vicco, Reno y Cristinace. Estamos muy, muy lejos de la Córcega de postal «junto al mar». El camino es muy sinuoso, los robles están desnudos y el paisaje es casi fantasmal. Pero es bonito. Hasta diría suntuosamente espeluznante. Por todas partes me encuentro con vacas y jabalíes. Literalmente saquean todos los bosques al borde de la carretera. Me parece que hasta los jabalíes abundan. En cambio, las cabras... Si tienes suerte, suben por la carretera en la misma dirección que tú. 

    Las numerosas heces en el camino te avisan con antelación de su presencia. Pero si las bestias van en dirección contraria... La cosa es más compleja. La subida al Col de Vergio es magnífica. El Col, que alcanza los 1477 metros, está dominado por un monolito de granito rosa, la estatua de Cristo Rey. Me hubiera gustado abrigarlo con un chal o una manta de lana, porque hacía mucho frío: el borde de la carretera todavía estaba cubierto de nieve fresca. Con la Transconti (le he acortado el nombre, como hacen los corsos), pasamos por encima. 

    La torre genovesa de Niolu.
    La torre genovesa de Niolu.

    Francamente, me sorprendió la facilidad con la que se puede conducir la R18. Con un poco de práctica, hasta puedo evitar que rocen las estriberas. Por supuesto, tengo que compensar con un movimiento de contrapeso de la parte superior del cuerpo que, aunque es un poco ridículo, es muy eficaz. Solo cuando peco de exceso de optimismo y tengo que enderezarme para frenar, reducir la velocidad y retomar la trayectoria, los bordes de las estriberas tocan el suelo. Pero, el ritmo que se puede imprimir es increíble. 

    Entre Castirla y Corscia, me sumerjo en las increíbles gargantas del Niolo, con sus tonos rojizos. Luego me dirijo hacia San Fiorenzio para tomar la carretera que sigue a Capo Corso hacia el oeste. Esta carretera es increíble. Se asoma a una costa escarpada y batida por el oleaje, intercalada con pequeños paraísos de calma. Como la playa de Negru, el puerto deportivo de Cannelle o el auténtico puerto pesquero de Centuri. Los pueblos encaramados son de una rara autenticidad, caracterizados por la calma corsa. El camino pasa frente a impresionantes tumbas familiares. Mirando más de cerca, casi puedo escuchar la Paghjella, una de las canciones polifónicas corsas más famosas. Te lo juro. Me he enamorado de la belleza absoluta y salvaje de esta Córcega. Sin embargo, estoy seguro de que, como no he tenido tiempo de cruzar el interior de Cabo Corso, todavía no he visto nada. 

    Con tranquilidad, sin forzar el ritmo, llegué a Cabo Corso con la Transconti. Al final del final. Frente a nosotros se encuentra la isla de Giraglia y su faro. A pesar de los dos miserables kilómetros que nos separan de ella, es imposible llegar con la Transconti. Aunque el viaje ya es hermoso así. 4005 km en 80 horas y 47 minutos, equipado con el famoso kit ultracálido e impermeable Dainese Antartica. Hemos cruzado 4 islas, o 5 continentes, con la Transcontinental. Ahora solo me faltan los 800 km que me separan de París. Tres tramos cubiertos en siete horas, sin forzar la marcha. Diablos, seguramente este es el primer viaje por carretera que he hecho del que no he vuelto rendido, a pesar de haber filmado, fotografiado, conducido y escrito casi todas las noches. Espero que no te sepa mal. 

    Equipamiento básico

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    Casco modular

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    Chaqueta de Gore-Tex®

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