Descubre el tour BMW en el paraíso tropical de Costa Rica. Diez días de pura vida: un alojamiento de ensueño, buena comida y el ritmo del Big Boxer montando la R 18. ¡Tuanis!*
Descubre el tour BMW en el paraíso tropical de Costa Rica. Diez días de pura vida: un alojamiento de ensueño, buena comida y el ritmo del Big Boxer montando la R 18. ¡Tuanis!*
Personas, viajes y motos: para cualquiera que comparta estas tres aficiones, ser un autor independiente es como llamar a las puertas del cielo. Nací en 1966 y desde 2012 he estado viajando por el mundo como redactor en revistas de motos. Por un lado, para hacer presentaciones de motos nuevas. Y por otro, siempre que es posible, para hacer road trips y tours de aventura. Mis artículos se publican en revistas especializadas como «Motorrad und Reisen», «Road Trip» y «Fuel», así como en portales web como spiegel.de. Lo importante para mí en la carretera es llevar la ropa adecuada. Si no, hasta el viaje en moto más bonito del mundo enseguida se vuelve un fracaso.
* En el argot costarricense significa magnífico, grandioso, extraordinario
Palmeras, olas de surf y playas blancas. Ron, piña y volcanes. Hay muchas imágenes que recordamos cuando pensamos en Costa Rica, pero probablemente el motociclismo no es una de ellas. BMW Motorrad quiere cambiar esta perspectiva con la aventura en moto «The Great Getaway Costa Rica». Un viaje «que se hace al menos una vez en la vida» en el mejor sentido de la palabra, escapar de la vida cotidiana para sumergirse en los colores y la vitalidad de América Latina. El Pacífico al oeste y el Caribe al este: por eso Costa Rica significa «costa rica». Para muchos, el estado tropical ubicado entre Nicaragua –al norte– y Panamá –al sur– representa uno de los países más bellos del mundo y con el estado de ánimo más relajado de la historia.
«The Great Getaway» en su versión para los clientes dura diez días, incluyendo la llegada y la salida. El tour incluye nueve noches de alojamiento en hoteles estupendos, seis días de conducción en una BMW R 18, dos días de relax y navegación por el Pacífico en Las Catalinas y tirolina cerca del Volcán Arenal. Todo en nombre del lema de Costa Rica: «Pura Vida», disfrutar de la vida. Desafortunadamente, esta diversión no es barata: precio mínimo de 6.950 euros por participante más el vuelo para conducir una moto BMW Motorrad en América Latina acompañados por el organizador Elephant Moto. Pero vale la pena.
Llegar, descansar, aclimatarse y luego hacia la libertad y la «Boxer Power». En nuestro caso durante cuatro días: estamos aquí para hacer un breve avance de prensa, para experimentar «The Great Getaway», en castellano «la gran escapada», de forma concentrada. Para nosotros, como para los demás participantes del tour, la rutina diaria es sencilla: seguir siempre a nuestro guía experto. Por lo tanto, es imposible perderse ni quedarse tirado en medio de la nada: un mecánico y un vehículo de sustitución viajan con discreción tras la furgoneta de servicio.
Nos ponemos en marcha y llegamos a San José. 28 grados hacia las nueve de la mañana, cruzamos un paisaje impresionante de cascadas, playas bordeadas de palmeras y árboles gigantes, que se extienden hacia el cielo a 40 metros y más, dentro de las selvas tropicales y nebulosas. Otro mundo, hecho de hojas tan grandes como sábanas, fascinante y casi kitsch en todo su esplendor de colores. Por la mañana y por la tarde aparecen pinceladas de color naranja y rosa en el cielo.
«Expect the unexpected», anuncia Micho en la sesión informativa de la mañana. Micho es nuestro guía turístico y uno de los dos fundadores de Elephant Moto, el concesionario de confianza de BMW. Espérate lo inesperado. Por ejemplo, los camiones que cruzan la carretera en silencio, aunque los vehículos que llegan tienen prioridad. O puentes con un solo carril, con una señal que, en teoría, establece quién ha de ser el primero en pasar, pero que suele faltar. No te olvides de los bolardos de velocidad, que a veces están marcados con color amarillo, pero a veces no, y siempre son bastante altos. Los resaltos reductores de velocidad están en todas partes, en la entrada, en la salida y, a menudo, hasta en ciudades más pequeñas. En el mejor de los casos, hay una señal de «Reductor», por lo menos a veces. En el peor de los casos, el vehículo de delante frenará bruscamente. O despegará. «Es mejor ir a paso de marcha», aconseja Micho en tono paternal, un consejo que se aplica tanto al conductor como al vehículo. También presta atención a los baches que están al acecho en casi todos los caminos y que en algunos lugares abarcan toda el área como un tablero de ajedrez y son tan profundos como una pequeña piscina.
El primer día nos esperan unos 160 kilómetros. Estamos divididos en dos grupos, uno de chicos americanos y otro de europeos. Las carreteras de circunvalación de la capital están muy concurridas. Micho nos abre un carril de adelantamiento, siempre en el medio. Después de San José, pasamos por casas de madera, puestos de frutas improvisados y un sinfín de chatarreros con coches cortados por la mitad: aquí es costumbre construir uno con dos viejos coches japoneses. En el primer descanso en La Casita del Café nos espera una gran taza de café frío con caramelo. Imprescindible para cualquiera que visite Costa Rica.
Y luego, curvas. Por fin. Y lluvia. No importa, nos refresca. El ritmo de la Pura Vida nos lleva por la autopista 3. Aquí, una lluvia moderada en marzo es un alivio, pero nueve curvas después ya deja de llover. En el hotel nos reciben con una tina llena de cubitos de hielo y latas de Imperial, la cerveza local. Saludos, compañeros. La vida real parece disolverse cuando solo piensas en ir en moto, pasear por los grandes hoteles de 5 estrellas bajo un hermoso cielo azul y por la mañana preguntarte: ¿podré darme un chapuzón rápido en la piscina antes de la tortilla? ¿O mejor, después de la degustación de frutas?
Costa Rica es un concentrado de todo el mundo: a veces recuerda a las estepas de África, alternando con las praderas de América o los prados de Austria. Y, justo en medio, la selva. Selvas tropicales y nebulosas, según la explicación de Wikipedia. Árboles gigantes elevándose hacia el cielo. Cascadas a lo largo del camino. Y playas bordeadas de palmeras. Paisajes dignos de un Óscar. La mezcla de puntos de vista y gusto por la vida es abrumadora. Paramos en Churchill, el puesto de helados más chulo del país. Luego almorzamos en un tramo de la Panamericana, arroz con alubias y guarnición a elegir, todo ello acompañado de jarras llenas de zumo de piña. Una cocina local, sencilla pero muy sabrosa. Como el zumo de coco que bebemos con una pajita en uno de los próximos cruces.
Llegamos a Las Catalinas, en la región noroeste del país. De hecho, los participantes llegarán aquí solo en la cuarta noche de su «Great Getaway», después de un recorrido por el interior –Turrialba, Trogon Lodge, Quebos– y luego se detendrán un par de noches y pasarán un día en el mar a bordo de un catamarán para admirar a los delfines en el cálido océano. Solo tenemos que darnos un baño en el Pacífico al atardecer, antes de sentarnos a cenar alrededor de la fogata, acompañados de la música de un bardo calvo que toca como el joven Cat Stevens. Todo mientras disfrutas del cochinillo y para terminar la Flor de Caña, un delicado ron nicaragüense.
Es difícil salir a la mañana siguiente. El Hotel Santarena es un nuevo e impecable hotel de estilo colonial. Un enorme ventilador gira en silencio en el techo a cuatro metros de altura. Quién sabe si habría descubierto este hotel por mi cuenta. Tal vez después de una intensa búsqueda en internet. Como participante en el Getaway, me acompañan y luego me dirigen hacia la playa para tomar un aperitivo al atardecer. El tour sigue el guión a la perfección, de forma impecable. Luego le añadimos el tratamiento VIP de incógnito a la llegada (el equipaje espera en la habitación) y a la salida (entrega de la tarjeta de la habitación): también esto es pura vida.
Por la mañana la escena se repite: brillantes y bien alineadas, nuestras motos First Edition están listas esperándonos, negras con el depósito con líneas decorativas de color blanco. Una sensación como de «Armageddon», con los chicos armados con su casco caminando resueltamente hacia su cohete. El parloteo de los loros nos acompaña y el personal uniformado nos saluda con compostura. ¡Qué calor! «¿Protección solar?», pregunta Christian, a nuestro servicio para lo que necesitemos. Nuestro microeconomista culto es un verdadero «Tico», como se llaman a sí mismos los habitantes masculinos de Costa Rica. Christian conoce cada árbol y cada ser vivo, en cada parada reparte protector solar y bebidas frías. Ni siquiera tienes tiempo de pensar dónde tirar la botella vacía y ahí está él con una bolsa de basura, con la discreción de un mayordomo. ¿Quieres una toallita húmeda para limpiarte las manos después de aplicarte la crema? Pues Christian la tiene a mano. Incluyendo la bolsa de basura para tirarla.
Todo el mundo elige una moto, con o sin bolsas laterales. Todo lo que necesito yo es una bolsa de depósito. Cámara, pañuelos para limpiar la irritante mezcla de protector solar y sudor de mis ojos. El atuendo ideal para un motociclista en el calor sofocante de Costa Rica es una chaqueta de malla que deje fluir tanto como sea posible el aire fresco, por llamarlo de alguna manera, ya que algunos días el termómetro llega a 37 grados. En cualquier caso, es agradable para quien viaja con un casco abierto o con un casco modular clásico, preferiblemente con una visera ahumada. Los guantes ligeros de verano son indispensables a estas temperaturas, al igual que los pantalones vaqueros protectores y las botas de moto ligeras con membrana transpirable.
El tercer día empieza con una parada para hacer fotos en Playa Flamingo, quizás la playa del Pacífico más hermosa de Costa Rica. Idilio de Instagram, pero sin selfie monster en el horizonte. Solo estamos nosotros y algunos pensionistas que abordan valientemente las pequeñas olas espumosas. El amigo Holger sale del agua goteando de vuelta a la orilla. Durante el resto del día tendrá que luchar con la arena entre los dedos de los pies. Christian reparte protector solar y bebidas energéticas. Algunas fotos más y luego seguimos. Al cabo de 100 kilómetros y con un calor abrasador volvemos a aparcar: Catarata Llanos de Cortés, una cascada de ensueño. Solo se accede por un camino de tierra accidentado y muy polvoriento. Quien consigue hacerlo va de pie en la moto. Un pequeño desvío fuera de la carretera para la R 18. Todo es cuestión de voluntad, la suspensión es un dato sobreestimado.
Como compensación por esta aventura sin previo aviso, abajo en la cascada nos esperan las toallas y un tentempié: sándwiches, fruta, pan de plátano y refrescos fríos. Las iguanas corretean a la sombra por las rocas. Los más aventureros cruzan la cascada nadando. Un empleado con uniforme rojo de Baywatch enseguida les llama la atención con un silbato. Echo una cabezadita en la arena caliente. Puntuación: 10, también en esta ocasión. «The Great Getaway» es una experiencia completa. En el camino, los lugareños nos reciben como si fuéramos estrellas del rock. Tocan el claxon, levantan el pulgar y saludan: dondequiera que lleguemos, Paz y Felicidad. Uno se siente genial como miembro de esta cuadrilla: no es frecuente conocer aquí a personas con motos que valen 23.000 $. Casi todas las BMW R 18 registradas en Costa Rica son de Elephant Moto.
Nos acercamos al Arenal. Este es el nombre del enorme volcán, del lago artificial que se encuentra enfrente y del parque nacional. El camino hacia el Lost Iguana Resort, donde dormiremos esta noche, es el punto culminante del tour, dedicado exclusivamente a la conducción. Curva tras curva, durante kilómetros, en plena selva, asfalto fino y gran agarre. Vale la pena hacer este viaje solo por este momento mágico. Muchos comentan espontáneamente: es una de las tres mejores carreteras del mundo. La formidable 142 es nuestra. Nuestra y de una horda de nasua, que también se conocen como coatíes de nariz blanca. De la nada, aparecen de repente dos docenas de niños frente a nosotros en el camino, aparentemente en busca de algo que comer. Lo siento chicos, lamentablemente no tenemos nada. El camino vuelve a estar libre. Seguimos hasta el hotel y nos damos un chapuzón en la pequeña piscina de agua caliente frente al bar.
La noche en el hotel de la selva es corta y sin sueños. Por la mañana, hay alboroto a la hora de ponerse en marcha: uno de los participantes no encuentra la mochila, ni el pasaporte que llevaba dentro. ¿Serán los nasua? ¿O los monos aulladores? La primera noche ya habían desvalijado una habitación: el intrépido colega Adam había dormido con la puerta del balcón abierta. Falsa alarma: la mochila estaba en la bolsa de la «bagger» R 18 en la que viaja Chris, nuestro segundo piloto líder, un acompañante genial que siempre tiene todo bajo control.
El último día de viaje y los 170 kilómetros finales. Nuestra Getaway termina en la sede de Elephant Moto, en el centro de San José, en medio del tráfico urbano, en el corazón de la vida que es tan diferente a todo lo que te espera en las carreteras del Great Getaway. Aparcamos en la tienda, algunas palabras y una cerveza fría para despedirnos. Quien quiere puede hacerse un rápido tatuaje de recuerdo. Gerd, el mecánico de la asistencia, se tatúa «Open Roads. Open Minds» en el antebrazo. Abajo, el artista del tatuaje le dibujó la perilla del acelerador de una R 18 y una mano agarrándola. «Cuando quieras volver a Costa Rica, llámanos», dice Chris dándome un «gran abrazo» delante del autobús que nos lleva al hotel. Cuenta con ello, hombre.