«Era el 22 de abril de 1957 y yo tenía 16 años. El autódromo de Imola había sido inaugurado solo cuatro años antes, y entre los fundadores de las instalaciones estaba mi padre, Checco Costa. Como hijo de uno de los autores de esta iniciativa, muchas puertas estaban abiertas para mí, en Imola. Estaba acostumbrado a corretear por los boxes y a conocer a los pilotos, todo esto estaba a la orden del día.
Pero en aquella Copa de Oro del 57, la tentación de disfrutar de la carrera desde una zona más emocionante fue irresistible. Me fui hasta las Acque Minerali, donde mi padre no me dejaba ir. Mi apellido y mi cara de niño sonriente me dejaban pasar sin problemas, y el supervisor me dejó entrar.
Desde detrás de un árbol fui testigo del paso de los mejores pilotos de la época: Liberati, Masetti y Duke. Y precisamente Geoff Duke, británico, se cayó delante de mí. No podía quedarme de brazos cruzados. Me apresuré hacia la pista para ayudarle, lo arrastré hasta un lugar seguro y luego hice lo mismo con su moto. Ya no era un transgresor, me sentía como una especie de héroe que había ayudado a su piloto favorito».
Habla el Dr. Costa, el médico más famoso de la historia del motociclismo. Un episodio, el de Imola, que marca profundamente a una persona, pero, más aún, si cabe, cambia el destino del deporte.
«Al día siguiente, mi padre se enteró de la noticia por los periódicos, y no fue como yo pensaba, o mejor dicho, no del todo. Esperaba que me hicieran elogios, pero me criticaron mucho por saltarme las reglas, hasta que no pude más y me eché a llorar. Sin embargo, añadió: «esto, Claudio, es lo que vas a hacer durante toda tu vida».
Una profecía. El joven Claudio Costa se licenció en medicina diez años más tarde, y poco después empezó a trabajar como médico de pista en su Imola natal. Pronto se da cuenta de que la gestión de la seguridad de los circuitos, tal y como está organizada, no puede funcionar.
«La costumbre, hasta entonces, era meter a los pilotos que se caían en una ambulancia y llevarlos al hospital más cercano. Pero así, muchos de ellos perecían durante ese traslado desesperado. Yo quise revolucionar esa forma de hacer las cosas. La ayuda médica la que tenía que acudir a los pilotos, y no al revés».
Claudio Costa es un revolucionario, de los que tienen las ideas claras y los pies por el suelo. Años más tarde, su nuevo concepto de ayuda en pista se adopta en todos los circuitos del mundo.
«Dotamos al autódromo de todo lo necesario, pero mientras seguí trabajando en Imola no sentí la necesidad de hacer nada extra. Recuerdo con agrado las palabras del gran Barry Sheene, que dijo: «intentad no caeros nunca, pero si tenéis que hacerlo, que sea en Imola, porque está Costa y os salvará».
Más tarde, comencé a llevar mis servicios por todos los circuitos del mundial. Pero las instalaciones en las que trabajaba estaban muy lejos de lo que había hecho a mi medida en Imola. Todavía había una falta de organización total».
En ese momento se le ocurre algo estupendo a Claudio. Una clínica móvil, un entorno organizado, pero que puede desplazarse y seguir todas las carreras. Eso es lo que se necesita.
«Para llevar a cabo la idea se necesitaba mucho dinero. Gino Amisano, fundador de AGV, acudió en mi ayuda. Le conocía bien porque le unía una profunda amistad con mi padre. Juntos, habían dado vida a ese espectáculo que fue la 200 millas de Imola, una carrera que llevó a las pistas la flor y nata de los pilotos. Amisano aportó su valiosa y fundamental aportación económica. Entendió enseguida lo que necesitaba: una clínica con reanimación y anestesistas, para estabilizar la situación de los pilotos antes de llevarlos al hospital».
Exactamente 20 años después del profético episodio de Imola, hace su debut la Clínica Móvil AGV del Dr. Costa. 1 de mayo de 1977, Gran Premio de Austria en Salzburgo.
«Fue un bautismo del fuego. Ya en la primera cita me enfrenté a una situación desastrosa. Durante la carrera de 350, Franco Uncini se cayó e involucró a otras motos, incluyendo las de Patrick Fernández y Johnny Cecotto. Les salvamos la vida a los tres».
Son los primeros de una larga lista de cientos de nombres. A partir de ese momento, Costa comienza a ampliar su jurisdicción ideal.
«El trabajo de la Clínica Móvil también fue en la dirección opuesta. Estábamos allí para ayudar a quienes lo necesitaban, pero prevenir es mejor que curar. El trabajo realizado junto con los principales fabricantes de ropa y cascos fue enorme.
AGV demostró ser no solo un patrocinador, sino un socio de verdad. Dainese también demostró estar muy abierto a nosotros. Tanto Gino Amisano como Lino Dainese supieron ver en la Clínica Móvil una biblioteca, un archivo incalculable de información que podría resultar crucial para el desarrollo de las mejores protecciones».
¿Un ejemplo? El guante. A principios de los 90, todavía había pocos progresos en cuanto a la protección de las manos, y los meñiques de los pilotos pagaban caro por ello.
«El meñique es la parte más expuesta de la mano, la primera que toca el suelo y la que queda atrapada bajo la moto con mayor facilidad. Con los guantes que había, las lesiones graves eran frecuentes, y tratar una parte tan pequeña del cuerpo es muy difícil.
Con Dainese trabajamos en un guante que, en primer lugar, no se descosiera al arrastrarse por el asfalto. En segundo lugar, concentramos nuestros esfuerzos precisamente en el meñique, porque los demás dedos no estaban demasiado expuestos. Introdujimos en este pequeño espacio tanta protección como nos fue posible, incluso colocando una malla metálica anticortes entre la piel y el forro interno».
Pero Costa intuía más cosas. Era alguien que, con sus soluciones, se adelantaba a los problemas. ¿Qué se puede hacer para reducir el número de accidentes? Fácil, disminuir el número de caídas. Pero que los pilotos dejen de caerse parece imposible...
«Me di cuenta de que la protección por sí sola no era suficiente. Un protector muy eficaz es inútil si es incómodo o aparatoso. Si vestimos a los pilotos con armaduras de caballero, quizá estarían a salvo, pero no podrían conducir.
Las protecciones, incluso antes de proteger, deben garantizar la libertad de movimientos. Solo haciendo que los pilotos estén a gusto podíamos confiar, de alguna manera, en aumentar realmente la seguridad en la pista».
Una de las partes del cuerpo más estresadas al conducir, tal y como afirman todos los pilotos, son los antebrazos. Aceleraciones violentas, frenazos, el uso del embrague, cuando aún se utilizaba. Todos ellos son movimientos esenciales que ponen a dura prueba la resistencia del piloto.
«Al principio, las mangas de los monos estaban hechas enteramente de cuero. Un material duradero, pero poco flexible. Junto con Dainese, nos dimos cuenta de que la cara interna de los brazos era una zona típicamente poco expuesta durante las caídas, y decidimos introducir unos insertos de tela elástica. Este nuevo material aportaba mucha más libertad a la circulación sanguínea, al músculo le llegaba más oxígeno y sus funciones ya no se veían afectadas».
Pero al doctor Costa le debemos aún más. Fue él quien, a principios de los años 2000, realizó una importante aportación al desarrollo de D-air®, el primer airbag electrónico para el motociclismo.
«Recuerdo que insistí mucho sobre todo en una cosa. ¡El airbag tenía que activarse antes de la caída y no después!
En cierto modo, el airbag es como un sueño que se ha vuelto realidad. Es una protección imperceptible, hasta que se necesita. Y la libertad de movimientos es la primera protección y la más infalible».