Andrea Perfetti, amante de las motos desde siempre, aunque quizá sería mejor decir, obsesionado por ellas. Empecé con las carreras de motocross en la escuela secundaria. Y no he parado desde entonces. Con la moto me gano el pan. Soy periodista en este sector desde hace casi 20 años, y llevo 16 en Moto.it. Y mientras tanto sigo viajando, corriendo, soñando con la moto.
Quizás no te cambie la vida. Pero sin duda te hace reflexionar sobre la tuya y la de los demás. Y hace que te enamores aún más de la moto, de cualquier cilindrada y marca. Pero mejor si es apta para el off-road, porque en el país del Cuerno de África hay poco asfalto y cuando lo hay da miedo.
Pero la motocicleta, nunca como en esta aventura, ha sido un medio, una hermosa herramienta para entrar en contacto con una naturaleza de lo más exuberante, y, sobre todo, con un pueblo extraordinario. Único en su sencillez y generoso con los visitantes extranjeros que pilotan unas motos enormes y extravagantes. Y orgulloso, con razón, de su historia milenaria.
Entiendes bien que Etiopía no es un destino vacacional cualquiera cuando te das de bruces con la complejidad logística de la gesta. No puedes enviar tu moto con un transportista normal. Tienes que hacerte con un contenedor, configurarlo para el transporte de motos y luego enviarlo a Yibuti por barco: una auténtica odisea que dura meses.
El estrés se disuelve en Addis Abeba el día antes de la salida. ¡Las motos han llegado justo a tiempo! La gran capital etíope, como todas las megalópolis africanas, requiere una gran atención a la hora de conducir y un mínimo de adaptación antes de familiarizarse con unas carreteras y un tráfico tan particulares. Nos movemos con cuidado, escoltados por los milicianos y con el embajador italiano, en contacto telefónico permanente con mi grupo. Después de todo, estamos en una gran metrópolis completamente desconocida para nosotros.
Todos los reparos nos abandonan nada más salir de la megalópolis africana. Unos pocos kilómetros son suficientes para encontrarnos rodeados de una naturaleza salvaje, entre las majestuosas montañas de la región de Amara. El aire está enrarecido, viajamos constantemente a más de 2.000 metros. La cabeza y el corazón se acostumbran rápidamente a los altiplanos, a sus habitantes y a la multitud de animales que bordean los caminos.
Mi moto de enduro sube por las montañas de Simien sin quejarse. Estamos a más de 4.000 metros, la vegetación va disminuyendo, pero en nuestro camino nos topamos con ermitaños cristianos ortodoxos y, hacia el atardecer, con cientos de monos babuinos gelada que parecen querer saludarnos, mientras cruzan el camino de mulas y se dirigen hacia el valle para saciar su sed. Pasamos de los 40 grados del fondo del valle a tan solo 10 en las Simien. Montamos nuestras tiendas y dormimos en la cima, a una altitud de 3.000 metros. Nuestro viaje continúa hacia la región de Tigray. Pasamos el río Tekezé, donde chapotean los cocodrilos y desde el que nace el majestuoso Nilo Azul. Nos dirigimos raudos a Axum y Adua.
No hay restaurantes ni quioscos en las calles, sino chozas improvisadas donde se puede comer carne de cordero o toro acompañada de exquisitos panes y salsas muy picantes. La hospitalidad de los etíopes es una constante en nuestro viaje, pero es la sonrisa de muchos niños a lo largo del camino la que abre nuestros corazones. Corren entre el polvo a una velocidad vertiginosa para saludarnos y chocar los cinco.
No poseen los bienes materiales que a nosotros nos parecerían imprescindibles, pero saben hacernos, con su sencillez, el regalo más bonito: la felicidad y el deseo de estar unidos. Es una lección profunda para todos nosotros, hijos de una sociedad individualista y esclavos de lo superfluo. Ya estamos pensando en cuándo volver, con los maleteros de la moto llenos de cuadernos y bolígrafos para estos maravillosos pequeños.
Etiopía, más que un viaje, una exploración. La moto es la herramienta perfecta para descubrir estas montañas; rompe todas las barreras entre nosotros, el medio ambiente y la gente. Dos semanas con poco asfalto, cero recorridos organizados y mucha capacidad de adaptación a situaciones que cambian repentinamente. Pobreza extrema, tensiones sociales disparadas (ahora hay una guerra civil), pero también una buena acogida y ojos sonrientes.
El equipo juega un papel primordial. En moto tienes que protegerte, pero siempre debes estar a gusto. Debe ofrecer una gran ventilación para soportar el calor de las llanuras, con áreas perforadas amplias y funcionales. De lo contrario, 10 horas al día en moto se convierten en una tortura medieval. Pero tienes que aislarte del frío durante las primeras horas de la mañana. Y debe garantizarte la seguridad: en los terrenos off-road te caes, puede pasar, pero la atención médica en Etiopía puede convertirse en un problema muy, muy grande. Es mejor prevenir. Por eso, el conjunto Dainese D-Explorer 2 es ideal: protecciones estudiadas en MotoGP y tomas de aire extendidas (que se pueden abrir si es necesario).
Tras casi 3000 kilómetros de polvo, piedras y sudor, la D-Explorer 2 se ha transformado de una simple chaqueta en la fiel compañera de una aventura que siempre llevaré en mi corazón y en mi piel como un tatuaje invisible. Abro el armario y me la encuentro allí, llena de polvo. Cierro los ojos y ya estoy en África.
Hay que prestar mucha atención a la elección del casco. El AX9 es cómodo, ventilado y con la visera imprescindible para conducir al atardecer. Siempre llevo en la moto un kit de reparación de neumáticos, pero no me hizo falta. Y la tienda atada por detrás: imprescindible, porque en Etiopía sabes cuándo te pones en marcha, pero no sabes cuándo encontrarás un lugar para dormir.