Me llamo Mirto Marchesi y tengo 37 años. Después de muchos años dedicándome a mi carrera profesional como chef de cocina en el prestigioso hotel «Relais Chateaux» de la Suiza francesa y tras conseguir, en 2011, una estrella Michelin, en 2018 decidí que era el momento de hacer algo diferente, salir de mi zona de confort y cumplir un sueño que tenía desde que era niño: dar la vuelta al mundo en moto.
El viaje duró 18 meses. Salí del Tesino, mi tierra natal, y recorrí más de ochenta mil kilómetros hasta llegar a Lima (Sudamérica). Salí solo con el visado para Rusia, el resto de los viajes los fui organizando por el camino.
En junio de 2018, salí de casa: Monteggio, un pequeño pueblo al sur del Tesino, y tomé dirección a Francia, hasta el sur, luego hacia el océano al oeste y al norte siguiendo siempre la costa. Después, Bélgica, Alemania, Dinamarca, hasta el Cabo Norte. De Helsinki entré en Rusia, en San Petersburgo; luego, llegué a Moscú y comencé a recorrer el famoso «Transiberiano» hasta Vladivostok. Ahí, envié la moto por mar hasta Vancouver, desde donde bajé por la Pacific Coast Highway hasta California y Los Ángeles. Continué hasta entrar en el Valle de la Muerte, llegué a Las Vegas y crucé los Estados Unidos siguiendo parte de la famosa Ruta 66, hasta llegar a Nueva York. Luego emprendí el viaje hacia el sur hasta Florida, giré al oeste hasta llegar a Luisiana, y crucé la frontera con México.
Después de vagar por México durante unos meses, crucé toda Centroamérica hasta Panamá, donde embarqué la moto en un velero hacia Cartagena, Colombia. Desde allí, puse rumbo al sur, hacia el Ecuador. Llegué a Lima en noviembre de 2019, donde dejé la moto, que allí sigue esperándome.
A grandes rasgos, sabía dónde quería ir, mis destinos principales los tenía claros, pero cuánto conducir, qué ver, por dónde pasar y dónde parar era algo que iba decidiendo día a día. Para poder permitirte el lujo de gestionar libremente el tiempo sin ponerte fecha de regreso, tienes que tener mucho tiempo a tu disposición. Quizás fue esto lo que hizo que esta experiencia fuera única. Cuando comencé el viaje, la idea era dar la «vuelta al mundo» en un año y medio, pero enseguida me di cuenta de que eso ya no era una prioridad. La idea inicial era llegar hasta el sur de Argentina, a la tierra del fuego, y luego viajar en ferry hasta África y subir por la costa oeste para volver a casa. En cambio, tras 18 meses de viaje, dejé la moto en Lima.
Cuando crucé Centroamérica, concretamente la frontera mexicana, tenía la intención de quedarme como máximo un par de meses, pero, al final, se convirtieron en cuatro.
Uno de los lugares que más me fascinó, sobre todo por el camino que recorrí hasta llegar, fue Real de Catorce. Una ciudad situada en el estado de San Luis Potosí (México), a 2.750 metros s.n.m. A la que solo se puede llegar a través del túnel de Ogarrio, de 2,3 kilómetros de longitud. Sin embargo, unos amigos de la zona me guiaron por un antiguo camino de tierra, desconocido para los turistas, que pasa por detrás de la montaña. Cuanto más subes, más sinuoso se vuelve el camino y esto, además del hecho de ser poco conocido, hace que sea espectacular. Para recorrer este camino salimos de Matehuala y llegamos lanzados a Real de Catorce. Aunque el viaje dura solo 3 horas y no se recorren muchos kilómetros, la ruta es muy difícil porque el camino es muy abrupto, lo recorren los lugareños con las mulas o a caballo, que son obstáculos no evidentes que debes evitar.
México es un país con una gran riqueza cultural, quizás el más interesante gastronómicamente de los que he cruzado. Solo hay que pensar en la llegada de los conquistadores españoles y todas las influencias europeas que trajeron.
La comida mexicana cambia de una región a otra debido a las diferencias climáticas, geográficas, étnicas y, por último, dependiendo de la influencia hispana. Hay dos elementos que prevalecen en todas las variedades de la cocina mexicana: el limón verde en la carne y el uso de salsas hechas con diferentes tipos de chile, como, por ejemplo, el Habanero y el Jalapeño. Como cocinero, también me interesaba la cocina prehispánica de estilo azteca o maya, que lleva ingredientes bastante inusuales como iguanas, serpientes de cascabel, ciervos, monos, arañas e insectos.
Para hacer un viaje alrededor del mundo no se puede improvisar, hay que estar preparado para todo. Botas de moto, dos pares de guantes, uno de verano y otro de invierno, traje de chaqueta y pantalones 4 estaciones. Es útil llevarse ropa modular, teniendo en cuenta que salí en pleno verano y sabiendo que, en breve, me dirigiría al norte de Noruega, donde las temperaturas son mucho más frías. Recuerdo que entré en el Death Valley National Park en marzo, donde el termómetro de la moto indicaba una temperatura de 19 grados bajo cero, y seguí hasta Las Vegas, donde estaba nevando. Para ser sincero, en esas condiciones la ropa que llevaba no era suficiente....
De marzo a junio estuve en México, el clima ahí era bastante cálido, y el problema fue el contrario. Recuerdo perfectamente el tramo desde Villahermosa en Tabasco hasta la Riviera Maya: la moto bajo el sol marcaba 49,5°C, pero cuando llegué al Pacífico, con solo verlo, se me olvidaron todos los problemas.
Por lo demás, no hace falta mucho, unas cuantas mudas son suficientes para viajar. Es más, cuanto más viajaba, más iba «aligerando» el equipaje. Al cabo de unos meses te vuelves un poco salvaje, y no me preocupaba lo más mínimo llevar una camiseta con agujeros.
Salvo en situaciones de mucho frío, casi siempre dormía en tienda de campaña. En Europa es muy práctico, puedes montar la tienda prácticamente en cualquier sitio y dormir tranquilamente. Por el contrario, en lugares como Centroamérica encontrar un camping o una zona segura es esencial, por tu propia seguridad y por la de la moto. De todas formas, te encuentras con muchos moteros y bastantes campamentos o zonas seguras para pasar la noche. Allí conocí a muchos otros viajeros, y con algunos de ellos recorrí parte del camino.
Empecé el viaje con una KTM R1190 adventure de 2014, bautizada como Cindy, que tenía 45000 kilómetros cuando salí de casa y ahora tiene unos 120000 kilómetros. Una buena revisión, unos cuantos repuestos, maletas llenas, un par de neumáticos de recambio y a rodar. Instalé un baúl trasero, dos maletas laterales de aluminio, una bolsa montada en el depósito, un par de bidones de 3 litros para el combustible de reserva y una bolsa para atarla al asiento del pasajero con todo el material para acampar. Llevaba desde la tienda de campaña hasta el saco de dormir, sin olvidar mi caña de pescar, una herramienta esencial para mí, y todo el material para cocinar: hornillo de gas, miniparrilla portátil, una olla de aluminio. En resumen, lo mínimo indispensable para preparar una comida frugal.